Un ejemplo de mal uso de los medios de comunicación en la divulgación científica: melanina y fotosíntesis humana

Publicado el 04 febrero 2012 por Evolutionibus

Lo primero: esta no es una historia contra nadie. Me explico. Lo que a continuación cuento va a ser, simplemente, un relato de ciertas afirmaciones hechas en un programa local de radio, de la Cadena Ser Lanzarote, y las consiguientes aclaraciones a estas. Se trata de un medio de comunicación sujeto al excrutinio y crítica del oyente, y es justamente eso lo que voy a ejercer.

El programa al que me refiero se emite todos los martes alrededor de las 12:00 del mediodía. Se presenta como un programa de divulgación científica (cuyos audios se pueden encontrar en ivoox y en su Facebook)  cuya responsable es Bianca Atwell, y, de hecho, ella es presentada como “nuestra divulgadora científica” en la mayor parte de ellos (por ejemplo en este del 27 de dic de 2011). Con esta presentación se predispone al oyente a asumir que lo que se cuenta son, efectivamente, hechos científicos contrastados y las terapias a las que se aluden son, por supuesto, efectivas. Los intentos que he tenido de ponerme en contacto con ella o han tenido la callada por respuesta o han desembocado en un bloqueo en la red Facebook. Los responsables de la emisora dicen que “confían en su trabajo”.

El grueso de sus programas, últimamente, trata sobre la melanina. La melanina es una molécula orgánica presente en casi todos los reinos y que, en humanos, por ejemplo, tiene un poder protector en la piel frente a la radiación solar, una función que se extiende a otros organismos, como los hongos (The radioprotective properties of fungal melanin are a function of its chemical composition, stable radical presence and spatial arrangement o Ionizing Radiation Changes the Electronic Properties of Melanin and Enhances the Growth of Melanized Fungi) donde tienen un alto poder protector frente a radiaciones ionizantes. Sin embargo, no sólo se encuentra en la piel, sino que está presente en otros tejidos y órganos, como la retina, pelo, médula espinal y en algunas zonas del cerebro.

Aunque la función principal es la mencionada anteriormente, algunas investigaciones apuntan a una relación con otras funciones. Por ejemplo, en “A critical review of the function of neuromelanin and an attempt to provide a unified theory (“Una revisión crítica de la función de la melanina y un intento de proporcionar una teoría unificada“) se menciona la posible relación de la melanina (neuromelanina, concretamente, la que se encuentra en substantia nigra, una zona del cerebro implicada en los mecanismos de recompensa y adicción, por ejemplo) con la neutralización de hierro,  otros metales pesados y radicales libres, jugando, hipotéticamente, una función de detoxificación. Como se dice en el resumen de esta publicación, la neuromelanina de esta zona del cerebro estaría implicada, incluso, en la modulación de la transmisión del impulso nervioso, algo que explicaría que esta molécula estuviera ausente en enfermos de Parkinson (y en recién nacidos).

En el caso de la radiación ionizante, el mecanismo de acción de la melanina se basa en el conocido efecto Compton (otra explicación más profunda aquí): cuando los fotones de cierta radiación inciden sobre electrones libres (en este caso, estarían en la melanina), los fotones pierden parte de su energía a estos electrones, que la dispersan, resultando una disminución de la energía original (aumentando su longitud de onda). Una especie de carambola energética que confiere a algunos microorganismos vivir en entornos con altos niveles de radiactividad, como las piscinas de refrigeración de los reactores nucleares, incluso en Chernobyl (de nuevo en The radioprotective properties … ).

Efecto Compton (pinchar para agrandar)

La señora Atwell realiza una interesante entrevista al médico-investigador Arturo Solís Herrera en un congreso al que recientemente asistió en Méjico, y este programa pretende contar esa entrevista. En este primer audio que vamos a comentar (del 17 de Enero), Atwell relata que este médico descubre que la melanina tiene la capacidad de romper la molécula de agua en hidrógeno y oxigeno, lo que quiere decir (según sus conclusiones) que los humanos hacemos la fotosíntesis y “recibimos grandes cantidad de energía para vivir de la luz”. Apunto, sin embargo, hay que tener en cuenta que:

  • primero, esto no es fotosíntesis (la fotosíntesis es mucho más que romper agua en hidrógeno, nunca diatómico, y oxígeno) y,
  • segundo, que no he sido capaz de encontrar absolutamente ninguna publicación que mencione ni de lejos que la melanina sea capaz de hacer tal cosa, incluyendo el trabajo del doctor Solís (The Unexpected Capability of Melanin to Split the Water Molecule and the Alzheimer’s Disease) en la que, lo único que se hace, es referir a los trabajos de otros (por ejemplo el ya mencionado “The radioprotective properties …” , en el que, por supuesto, no se menciona nada de esto). Como soy consciente de que sé bastante poco de casi todo, si alguien dispone de una publicación que sí mencione la demostración de este fenómeno, será bienvenido.

Cuestión aparte, es la calidad del “trabajo” de Solís: no hay metodología, estadísticas, nada, sólo conclusiones predefinidas ya en el abstract (resumen) inicial de su artículo (comparen, por ejemplo, con  “The radioprotective properties …”).  Si me permite, los chicos de secundaria hacen mejores trabajos que este. Salvo, claro, que el trabajo en cuestión sea otro y no este que menciono.

El caso es que el doctor Solís, a cuenta de su descubrimiento patenta dos medicamentos, QTINIA y QIAPI 1. El QIAPI 1, según Atwell, “es un intensificador de las fotosíntesis humana y, a los treinta segundos de colocárselo encima de la lengua el cuerpo inicia la disociación del agua durante unas dos o tres horas” (en el vídeo que sigue, una entrevista con el doctor Solís, el comportamiento de Atwell parece demostrar los efectos del producto).

Los resultados terapéuticos”, siempre según Atwell y seguimos en el mismo programa, “superan las expectativas de cualquiera”. Al parecer, estas píldoras “mejoran Alzheimer, Parkinson, delirio, insomnio, …, depresión, ataques de epilepsia, esquizofrenia” y más debemos suponer. Con semejante descripción, es de esperar que estamos ante uno de los mayores descubrimientos de la historia de la humanidad y con un poco de marketing para que el comité Nobel conozca todas las pruebas, que parece que las hay, siempre que las farmacéuticas conspiradoras no den al traste con el remedio, pasará el doctor Solís a formar parte de los mejores momentos de la medicina.

En la publicación de Solís (“The Unexpected Capability of Melanin to Split the Water Molecule and the Alzheimer’s Disease” y aquí el pdf) lo único que él muestra como experimento son dos fotos de una señora, supuestamente, antes y después de haberse tomado el … ¿lo seguimos llamando medicamento? ¿Serán estos todas las investigaciones de las que habla Atwell? (Por cierto, ¿a dónde habrán ido a parar los cuadros que estaban en la pared del fondo en la primera foto?, por quitarle un poco de hierro al asunto).

Atwell recomienda a las personas que se quieran informar más del asunto, pueden adquirir el libro de Solís “Melanina: la clorofila humana”, que se puede conseguir en fotosíntesishumana.com, donde el doctor Solís también intente explicar su descubrimiento, entre ellos que “la tercera parte de la energía usual de que dispone el ser humano, proviene de la melanina, la luz”. Casi nada. El inspirador de Solís fue nada más y nada menos que George W. Bush.

http://fotosintesishumana.com/files/DESCUBRIMIENTO.pdf

Todas las explicaciones de Solís (y Atwell, aunque ella afirma en su web biancaatwell.wordpress.com  que no es una científica, así que, a lo mejor, puede equivocarse y se la perdona: “No soy una científica, soy una artista multimedial”) son una perfecta mezcla de términos científicos fuera de contexto y conceptos entremezclados con el objetivo de confundir. Atwell, sin embargo, lo que sí hace es una buena promoción del producto, animando a todas las personas con enfermedades de larga duración que vayan a la web del doctor Solís y él les enviará al económico coste de 70€ el “productazo”. Por supuesto, soy incapaz de definir si ambos o ninguno o sólo uno de ellos cree todo lo que dice, pero concedamos que sí, que asumen que todo lo que cuentan es cierto.

El descubrimiento, seguimos, es de tal calibre que la melanina puede asociarse con “cemento para construir casas ecológicas” , siendo conocidas “las propiedades antisísmicas del cemento mezclado con melanina”. La melanina incluso “podría haber soportado la reacción inicial del origen de la vida”. Aquí, considero humildemente, alguien ha perdido definitivamente el norte.

Un asunto curioso, y hago aquí un paréntesis, es el origen de esta información. Atwell comenta que realizó estas entrevistas en Méjico (al menos, eso se desprende de su discurso) en el “Congreso internacional de la ciencia en el nuevo paradigma de la educación”. Cuando ella cuenta todo esto, se nota en ciertos momentos que está leyendo y, buscando en Google párrafos concretos de su locución, observo que todo estaba ya en su web en junio de 2010. Por ejemplo: “es muy posible que  soportara la reacción inicial del origen de la vida durante el tiempo necesario de manera que  esta se repitiera las veces necesarias de manera que al paso de los eones se fuesen concatenando  las otras reacciones químicas o bioquímicas si se quiere” leído literalmente es parte de una respuesta a la pregunta “¿Cómo fue la participación de esta molécula en el origen de las especies?”. Si Darwin hubiera conocido a Solís, habría mandado al cuerno a Wallace y Lyell sin dudarlo.

Para Atwell, la melanina tiene relación con el extraordinario fenómeno (extraordinario porque nadie ha podido probarlo debemos suponer) del sungazing: lo que hacen algunas personas extrayendo energía para sobrevivir simplemente del sol, sin comer durante yo que sé cuántos días. Un fenómeno que viene muy bien en tiempos de crisis.

Y llegamos al segundo programa a comentar, del 24 de enero de 2012 (la semana siguiente al anterior). En este programa se cuentan las aplicaciones de la melanina. (Les recuerdo que estos son sólo dos de los programas que se emiten semanalmente, habiendo muchos más dedicados a este tema y en los que, indefectiblemente, se repite lo mismo una y otra vez).
El doctor Leonardo López Almejo, al que Atwell hizo una entrevista publicada en su web en noviembre de 2010, y que parece presentar también como novedosa (como hiciera con la de Solís, leyendo también párrafos completos), aplica el QIAPI en problemas traumatológicos. Atwell dice que ella fue testigo de los efectos de este medicamento. Su referencia es Kim Phuc, la famosa niña del napalm de la guerra de Vietnam. Al parecer, Phuc tiene varios hospitales en donde aplica este medicamento con grandes efectos, siguiendo la tendencia actual (según Atwell) de que cada vez en más hospitales y centros públicos de salud estén recurriendo a medicinas alternativas, como el QUIAPI (¿en cuál?), con buenos resultados en casos de dolor, inflamación y osteoporosis. No he encontrado referencias o trabajos al respecto, pero si alguien los conoce, de nuevo estaría agradecido.

El doctor Almejo afirma, en palabras de Atwell, que no tiene por qué haber una guerra entre la medicina alopática (término inventado que debería ser “medicina basada en la evidencia”) y la medicina alternativa (también inventado). Comenta Atwell que muchos hospitales están aplicando reiki dentro de sus terapias y dice ella: “Gente escéptica está publicando que el reiki no funciona o que funciona por el efecto placebo. (…) yo me pregunto ¿Importa eso? Lo importante es que funciona”. Patéticamente, la persona encargada del programa asiente y afirma que está bien eso, aunque sea “basado en una pequeña mentira a nosotros mismos”. A alguien le gusta que le mientan y, además, anima a que lo hagan.

El problema es que, desgraciadamente (yo sería el primero en aceptar lo contrario) el reiki no funciona. Es decir, y me explico, el reiki no cura ninguna enfermedad. Todos los estudios clínicos hechos al respecto parecen llegar a la conclusión de que su único efecto puede atribuirse al placebo y que, en este caso, no es que cure sino que hace sentirse mejor al paciente, que es muy diferente … y peligroso.

En un trabajo publicado en mayo de 2011, por ejemplo, titulado algo así como “Investigación de cuidados estándar versus falso Reiki versus auténtico Reiki para aumentar el confort y el bienestar en un centro de quimioterapia” (noticia en The Guardian), se compara el tratamiento con reiki llevado a cabo por personas que no son “especialistas” en reiki (pero, por supuesto, el paciente piensa que sí lo son) con el tratamiento aplicado por “auténticos especialistas” en reiki. El resultado es que las personas que son tratadas por auténticos especialistas presentan una mejoría en su percepción del bienestar, en la misma magnitud que las personas que son tratadas por falsos terapeutas del reiki (que, recordemos, el paciente no distingue). Un tercer grupo de pacientes que no son tratados con reiki de ningún tipo, no presenta ninguna mejoría en su confort. La conclusión, evidente, es que el único efecto del reiki es que mejora la sensación de bienestar, con el consiguiente peligro de esto, ya que, en palabras de Edzard Ernst ( fundador de la cátedra de Medicina Complementaria de Exeter y que, poniendo a prueba la fortaleza de este tipo de terapias, llegó a la conclusión de que no son terapias, como cuenta Luis Alfonso Gámez) “simplemente administrando un placebo como el reiki podríamos estar privando al paciente de un auténtico tratamiento específico. El enfoque de algunos entusiastas de las medicinas alternativas podría estar privando a los pacientes de los beneficios que necesitan y merecen. En otras palabras, detrás de la cortina de humo que son las medicinas alternativas, los pacientes no se beneficiarán más, sino menos”. (Se puede leer una entrevista con Ernst en este enlace de Nature bajo el título “Un legado de escepticismo“).

Vamos con un detalle. En 1998, una niña de 11 años llamada Emily Rosa se propuso hacer un trabajo escolar sobre el llamado toque terapéutico (TT, lo que ahora se llama reiki, que queda más “florido y orientalista”). Su idea era comprobar si las personas que decían tener este tipo de habilidades eran capaces de saber qué mano tenía ella más cerca del terapeuta si un biombo las separaba. Participaron amablemente 21 terapeutas (era una niña y nadie podía negarse al experimento) y el resultado fue que, en la práctica, acertaban qué mano tenía la niña más cerca la mitad de las veces, es decir, “pito pito gorgorito” o, más prosaicamente, al azar. Si el terapeuta fuese tal y tuviese tal capacidad, el porcentaje de aciertos debería acercarse al 100%. (el trabajo original  se titula A Close Look at Therapeutic Touch, y es la investigación aceptada en una revista de revisión por pares con un autor más joven y también Gámez nos habló de este caso en su momento). Ya vemos cómo funciona el asunto: simplemente no pueden detectar el aura energética o cómo quiera que lo deseen llamar.

En definitiva, no se trata de que “cure gracias al efecto placebo” sino de que el paciente cree que está curado porque algún mecanismo neuronal, simplemente, le hace sentirse mejor y, por consiguiente, podría tomar la decisión de no acudir a la medicina científica.

Desgraciadamente, como alguna vez hemos dicho por aquí, la personas preferimos certezas a las que agarrarnos, creer que hay algo que funciona más allá de toda duda razonable (pero que, curiosamente, escapa a cualquier posible demostración). Es por eso que, las palabras de Atwell, y de otros como ella, en mi opinión, no son tan inofensivas si sólo una persona abandona tratamientos basados en la evidencia en favor de supersticiones.

¿Qué conclusiones podemos sacar de todo esto? En realidad muchas. Por ejemplo, cómo se desinforma desde algunos medios de comunicación (intencionadamente o no), como no hay un mecanismo de filtro en estos medios para temas científicos y médicos (que sí hay para otras informaciones, como el fútbol o la información económica, por ejemplo) y cómo parece que, en definitiva, la salud (y la ciencia, si queremos ampliar la conclusión) son una especie de residuo cultural que cualquiera puede pisotear, embarrar y deformar a gusto.

El método científico es imperfecto, por supuesto. Empezando por los científicos, que son personas y, como tales, pueden llegar a mentir como bellacos (¿recuerdan esta historia? No me mientas que te pillo: la revisión por pares).

Pero la ciencia tiene algo que no tiene la pseudociencia: es pública. ¿Qué quiere esto decir? Que cuando algún científico o investigador o clínico o tecnólogo afirma que ha descubierto esto o aquello no le queda más remedio que hacerlo público (en lo que extendidamente se llama “paper”): qué ha descubierto, dónde lo ha hecho, qué métodos y experimentos ha llevado a cabo, qué datos estadísticos ha manejado, y más, todo lo que haga posible que esa experimentación sea reproducible por otros.

¿Por qué hacerlo público y no guardárselo para sí y sus colegas más cercanos solamente? Pues porque debe “convencer” al resto de la comunidad de que lo que dice es cierto: puede haberse equivocado en cálculos, puede haber realizado alguna mala observación, puede haber llegado a alguna conclusión que no se sigue de sus datos o, en el peor de los casos, puede haber mentido directamente.

Su trabajo es revisado por pares (investigadores como él instruidos en los mismos métodos) para poder ser publicados en revistas de revisión por pares (“peer review” en inglés). Por supuesto, su camino no acaba en la publicación. Tras ella, sus experimentos pueden llegar a ser realizados (reproducidos) otra vez por otros investigadores que quiera aplicar, por ejemplo, el efecto terapéutico de cierta píldora. A lo mejor, con el artículo publicado, alguien se da cuenta de que algo falla y se concluye que la investigación no está bien hecha (como ocurrió con el fraude de las células embrionarias, la investigación del doctor Wakefield respecto a las vacunas y el autismo (de la que hablamos aquí hace poco) o el recientísimo caso de la vida basada en el arsénico propagado a los cuatro vientos por la NASA, que parece quedarse en nada.

¿Qué hacen las falsas ciencias? Nada de esto. Lo vimos en el “trabajo” del doctor Solís, como ejemplo de deficiente publicación científica. En la divulgación de estas falsas terapias se mezclan conceptos y palabras altisonantes con el concepto de autoridad (“divulgadora científica” o “doctor en medicina e investigador”) para confundir y formar opiniones falsas en personan de buena fe pero mal informadas al respecto, para, … , bueno, me callo la finalidad última porque no tengo pruebas al respecto.

Y todo esto, que alguien me pudo haber aclarado en su momento, ha sido fruto de mi propia documentación al respecto. Y créanme cuando les digo que soportar esos programas no es plato de buen gusto, aunque no niego alguna que otra carcajada.

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