Un ejercicio de humildad literaria

Publicado el 07 enero 2019 por Benjamín Recacha García @brecacha
Mis novelas son como ríos, en los que el cauce principal se va nutriendo de los afluentes que son las tramas de los personajes secundarios. La foto está tomada en el Cañón del Río Sil, en agosto de 2016.

Me han llegado las primeras críticas de los lectores cero a los que envié Días de arañas, buitres y ovejas, mi última novela.

De quienes me han escrito, cuatro ya la han leído entera y otros cuatro llevan más o menos la mitad.

La valoración general es muy positiva, no tanto porque les haya gustado como por la cantidad de comentarios y sugerencias que me hacen.

Contar con lectores cero sólo tiene sentido si estás dispuesto a que destripen tu obra y la cuestionen con la misma libertad que si la hubieran escrito ellos. Es un ejercicio muy sano de honestidad por parte del lector y de humildad por parte del autor, quien debe abrir la mente de par en par para sacar provecho del trabajo desinteresado y nada sencillo de quienes leen con ánimo de contribuir a la mejora de la obra.

No es fácil leer un libro con espíritu crítico y constructivo; lo normal es que lo hagamos para entretenernos, sentir y enriquecernos intelectualmente, pero si tenemos que estar atentos a todos los detalles, tomar apuntes y responder al cuestionario que nos ha remitido el autor (de catorce preguntas, algunas dobles, nada menos), la lectura se puede convertir en un verdadero coñazo.

Debo decir que con los años, quizás por deformación profesional, he aprendido a leer de esta manera más profunda, y ya no puedo evitar ponerme las gafas de crítico repelente cada vez que abro un libro.

Así he descubierto el placer inmenso que producen los libros a los que no se les pueden poner pegas.

Igualmente, es muy satisfactorio poder contribuir a la mejora de una buena obra escrita por un amigo.

De todas formas, en general los escritores seguimos encajando mal las críticas negativas. Nos encantan las flores, pero recibimos con gesto torcido los «peros». Lo cual es verdaderamente absurdo.

Mis lectores cero no se han ahorrado comentarios de los que podríamos considerar negativos. Escenas que cortan el ritmo de la trama principal, personajes planos, otros que sobran, reacciones poco creíbles, situaciones confusas, e incluso un desenlace que debería estar más trabajado para resultar verosímil.

Y sin embargo la valoración general es positiva. Todos destacan la calidad de la escritura, la facilidad con la que el lector se ve inmerso en la historia, y la verosimilitud de todas las tramas.

¿Contradictorio? En absoluto. Es fundamental no perder de vista que la motivación de un lector cero es contribuir a la mejora de la novela, de forma que se sienta copartícipe del resultado final. Cuando uno se implica en un proyecto, lo ve con ojos más críticos, y eso es lo que un autor honesto valora de verdad.

Obviamente, si los comentarios coincidieran en que no hay por dónde salvar la historia, sería bastante deprimente, después de haber invertido tres años en la que yo consideraba mi mejor obra. De momento puedo respirar aliviado.

Por otra parte, si de verdad me creo que soy honesto, contar con lectores cero significa estar dispuesto a hacer cambios significativos en una obra que, por tanto, entregué teniendo muy claro que no era la versión definitiva.

Eso no quiere decir que haya que incorporar todas las sugerencias. Hay que saber seleccionarlas y adaptarlas a la intencionalidad del proyecto. No es tarea sencilla cuando cuentas con quince lectores cero muy aplicados, buena parte de ellos escritores y devoradores de libros.

Vamos, que estoy encantado con la experiencia, no sólo por cómo va a enriquecer la novela, sino también porque es un experimento inmejorable para darse cuenta de que cada lector es un mundo. Una misma lectura se puede interpretar de tantas maneras como lectores tenga.

Un ejemplo concreto. De los cuatro que han acabado la novela, dos consideran que todos los personajes cumplen su papel y son necesarios. Los otros ponen el foco en uno en concreto: el subinspector de policía Fran Linares. Para uno, no aporta nada y, por tanto, podría prescindir de él; para el otro, en cambio, es el mejor personaje de la novela. ¿No es maravilloso?

Gracias a las valoraciones recibidas, me doy cuenta de otra cosa. Bueno, ya la sabía, así que me reafirmo en ello: soy un autor de obras corales. Lo que me motiva a escribir novelas no es tanto explicar una historia como dar vida a un grupo de personajes a quienes los lectores quieran acompañar. Para mí los personajes secundarios que cobran protagonismo no diluyen la trama principal, sino que enriquecen el conjunto. Lo veo como un río que a lo largo de su recorrido va nutriéndose de las aguas de incontables afluentes.

En Días de arañas, buitres y ovejas la trama principal es la investigación policial, pero no necesariamente es la más importante. Yo, al menos, no la concebí así. La investigación es la «excusa» que permite conocer a los personajes que se ven implicados y descubrir sus miserias e inquietudes. Es una crítica a una sociedad deshumanizada, víctima de la cultura del espectáculo, de lo efímero y superficial, que se desarrolla en un entorno impersonal, una ciudad gris e inhóspita cualquiera, cuyos dirigentes políticos son tan superficiales y vacíos como los medios de comunicación que entretienen a las masas.

Ahora bien, mis motivaciones y pretensiones como autor carecen de importancia una vez liberada la obra; entonces pasa a responder a las interpretaciones de cada una de las personas que decidan leerla. El éxito de la misma se encuentra en que esas personas dediquen su tiempo a reflexionar sobre lo que han leído.