Me comentaba anoche un amigo periodista que trabaja en un canal de TV de Florida la posibilidad de que Trump y su equipo, sabedores desde hace meses del fraude que se avecinaba, hubieran “dado cuerda” al partido demócrata para que éste, con el indeseable Biden y la demagoga Harris a la cabeza, fueran preparando el nudo con el que muy posiblemente acaben ahorcados. Hoy, con más claridad que hace una semana, comprendemos la oposición rabiosa y desquiciada de los demócratas contra el nombramiento de la juez originalista y conservadora Amy Coney Barret como nuevo miembro del Tribunal Supremo tras el fallecimiento de la nefasta juez progresista Ruth Bader Ginsburg. Trump consiguió materializar el nombramiento de Barret afianzando de ese modo su ventaja en número de jueces en el Supremo, el tribunal que deberá pronunciarse respecto al más que presunto fraude electoral del que el equipo del actual presidente está recopilando pruebas documentales bajo la dirección del Rudolh Giuliani como jefe del equipo legal que llevará ante la justicia este escándalo de proporciones históricas.
Como sucediera anteriormente con Hillary Clinton y Al Gore, Biden se apresuró a proclamarse presidente electo con el apoyo incondicional, exaltado y estomagante de los mismos medios
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