El Betis siempre ha tenido una afición fiel, la mejor de España, del mundo, del universo, la galaxia y de los siete nuevos exoplanetas que, aunque anunciados antes de ayer por la NASA en primicia, ya verán cómo sale, si aún no lo ha hecho, algún graciosillo diciendo que allí ya había criaturitas.
Pero a los que sabemos de Historia del fútbol en Sevilla, no nos van a engañar nunca. La propaganda, esa arma de guerra cuando se necesita para distracción y confusión los enemigos, es algo en lo que siempre fueron especialistas, y en estos momentos de grandes distancias entre clubes, que siempre existió, pero que hoy se agranda de forma mucho más profunda, se hallan con la imperiosa necesidad de igualar hitos, aunque se trate de cuestiones verdaderamente simples y nada comparables.
Frente al Sevilla FC de los títulos, el de las grandes gestas europeas y el de la solvencia económica, el bético apela al género bíblico del pueblo israelita del Éxodo, errante, anhelando nuevamente un semidiós para que, recurriendo al milagro, haga posible una institución y un equipo afín a su numerosa y fiel afición que, por si no lo saben, se lo merece todo simplemente por ese hecho.
Una afición fiel pese a las debacles permanentes, como si se tratasen de plagas egipcias, una masa social de hierro, que permanece ahí, impasible como una roca, frente a la sevillista, que abandona a su equipo a su suerte a la mínima de cambio, siendo ellos, y no los vecinos, merecedores por derecho propio, por su fidelidad, a gestas mayores que las propias del club blanquirrojo.
Esto es en síntesis lo que dibujan, repitiéndolo permanentemente, especialmente desde un 10 de mayo de 2006 (antes la propaganda iba por otros derroteros) y aunque efectivamente observamos cómo movilizan su afición alrededor de esta tesis, creyéndola a pies juntillas y difundiéndola.
¿Es real e históricamente una afición dotada de esa fidelidad? ¿No será que el palmarés deportivo del Betis siempre ha estado a la altura de su afición? Benito Villamarín, el presidente más venerado por el beticismo, opinaba de forma muy distinta.
Don Benito no se casaba con nadie, y conocía a la perfección a la afición bética, a la que llegó a tildar de “béticos de taberna”, lugar en el que habitualmente “arreglaban el Betis”, pero al que no arrimaban los cuartos cuando el equipo realmente lo necesitaba. Incluso en momentos en el que no les iba tan mal, el gallego asistió al hecho del abandono del club por parte de sus socios, que en masa se daban de baja. Y no fue la primera vez que ocurrió, esto es algo que podemos comprobar aquí en los años 30, pero que también ha sucedido en casi todas las décadas.
El mecenazgo como forma presidencial ha sido algo recurrente a lo largo de la historia del equipo de la Palmera, siempre a la espera del mesías salvador que les sacase las castañas del fuego. Ostentar un presidente adinerado, que ponga la pasta, que compre los mejores jugadores, junto a Villamarín, nos vienen a la mente personajes como Sánchez-Mejías, al que fueron a buscar expresamente para que se hiciese cargo de la nave; o bien el último gran mecenas, como fue Manuel Ruiz de Lopera, al que también fueron a buscar por lo mismo, posiblemente los mejores periodos de la historia bética, que tenían bien calado al aficionado verdiblanco.
Pero no era una afición tan fiel cuando se trataba de ir al campo por lo que podemos comprobar, y menos en los momentos malos. Lo contaba el propio Alfonso Jaramillo, por cierto, falangista de la vieja guardia que da nombre a una plaza en Triana (tomen nota aquellos que defienden lo de la Memoria histórica) cuando decía que en los años de Tercera División, finales de los 40 y principios de los 50, el Betis no contaba con mas de 100 socios, y las gradas se teñían del caqui de los soldados de reemplazo destinados en Sevilla, a los que repartían entradas en los cuarteles, para que ocupasen su tiempo de ocio en la ciudad.
Cuando Villamarín decía que “nunca se rebasó el setenta por ciento del aforo”, en este caso hablamos de mediados de los años 60, y que "el Betis estaba desasistido por sus seguidores", no es algo que diga un palangana cualquiera que pasaba por allí. Tampoco era un “biriperiodista” con cuernos y tridente el que lo contaba, estamos ofreciendo el testimonio de primera mano del mejor y más valorado presidente bético de la historia, (hasta la llegada de don Manuel con el que cambiaron incluso el nombre del estadio) que si sabía de algo, era de la gestión de su propio club.
En esa temporada exitosa, 1963/64, el Betis quedó tercero en la clasificación, el otrora estadio municipal de Heliópolis que ocupaba el equipo verdiblanco, no contaba con más de 14.400 localidades, lo que quiere decir que, a duras penas, llegaba habitualmente a las 10.000 plazas ocupadas, teniendo en cuenta que el Sevilla FC ya tenía disponible en torno a 30.000 localidades, con el inconcluso estadio Ramón Sánchez-Pizjuán.
En la década de los 80 y principios de los 90, mientras el Betis llegó a tener un máximo de 21.000 socios en ese periodo, el Sevilla FC cuenta con un mínimo de 23.000, llegando a tener 35.000, en la temporada 91/92.
Teniendo en cuenta la triste realidad histórica bética en cuanto a palmarés se refiere (record de descensos, tercera división, etc.), y a la vista de que el mantra de sus aficionados no es tampoco lo que nos cuentan, parece que efectivamente, ambas patas del club, equipo y afición, siempre han ido de la mano y están a la misma altura.