UN ÉTÉ BRÛLANT
(UN
VERANO ARDIENTE)
Título Original:
Un été brûlant
Director: Philippe Garrel
Guión: Philippe Garrel
Música: John Cale Fotografía: Willy
Kurant Intérpretes: Louis
Garrel, Monica Bellucci, Jérôme Robart, Céline Sallette, Vladislav
Galard, Vincent Macaigne Distribuidora: Alta
Films Fecha de Estreno: 19/04/2013
La verdad, una vez vista Un été brûlant, no es de extrañar
el abucheo tras su finalización en el Festival de Venecia, quizás
un tanto exagerado, pero no me sorprende en absoluto.
Y es que un director como Philippe Garrel, que dice que no hace
películas para el público, sino en nombre del arte... pues hasta
parece casi normal que reciba estos “honores”.
La historia, a modo de flashback, cuenta cuando Paul conoce a un
pintor llamado Frédéric que está profundamente enamorado de su
pareja, la bella actriz Angèle. Paul acude a verla a un rodaje y se
fija en otra mujer: Élisabeth. Las dos parejas deciden pasar unos
días en Roma para conocerse mejor, pero pronto entra en juego
Roland, que se enamorará de Angèle y romperá el equilibrio de
ambas parejas.
Rodeado
de su familia (incluido el “abuelo” Maurice Garrel,
el cual murió sin ver estrenada la película)
como suele ya ser costumbre, los Garrel se meten en dos años de
interminables ensayos, para, después, rodar toda la película en
toma única. Curioso método, muy acorde a alguien que nació en los
años de la Nouvelle
Vague y
que aún sigue experimentando, buscando ese arte,
más allá de la historia en sí, de personajes y situaciones
concretas. Y así pasa, que la historia queda vacua e insustancial,
los personajes no transmiten las emociones de las que hablan y el
drama romántico acaba importando bien poco. ¿Y la reflexión del
arte y todo aquello? Pues alguno le sabrá ver sus virtudes, pero
para los que buscamos películas y no ensayos ni teoremas
existencialistas, aquí hay poco donde rascar.
Y lo curioso es que en su anterior trabajo, La frontera del Alba,
que a todas luces parece más pretencioso que éste, lo encuentro más
logrado y sumamente más interesante, a ambos niveles.
Aquí, hasta el título parece fuera de lugar, ni siquiera Bellucci
irradia esa belleza natural en el desnudo gratuito de turno.
La voz en off es la encargada de sacar adelante un ritmo poco fluido,
pero que realmente este no es el motivo de su pesadez, sino el poco
interés que suscitan los hechos que acontecen en la película.
Tan
sólo destaca de la insustancialidad el largo baile de Bellucci y
Vladislav, algo de vida entre celos, llantos y besos de
cartón-piedra.
Quizás,
otro de los hechos fundamentales de que pase tan desapercibida para
el espectador es que la pareja secundaria, los amigos de los
supuestos protagonistas, encarnados por Céline Sallette y Jérôme
Robart, llegan a ser casi más carismáticos que éstos.
Poco
rescatable en una película donde hasta la música parece a veces mal
coordinada con la imagen, como queriendo contar cada una cosas
distintas, una película que realmente no es mala ni buena, sino
anodina y desalmada, un lienzo de contornos sin relleno.