Los niños aislados son otra cosa. Uno no invita al amiguito de turno a pasar la noche por placer. Lo hace por abnegación paternal o por compromiso. Pero por gusto, lo que se dice gusto, no. Lo que no significa que todos los pernoctantes nos toquen las narices. Ni muchísimo menos. Hay niños que son casi virtuales. Niños tan discretos que se te olvida ponerles el plato en la mesa. Niños tan agradecidos que se comen lo que les pongas sin rechistar, resisten los envites de La Tercera estoicamente y encima te cuidan a La Cuarta mientras te duchas. Son niños que vienen de familias como la tuya y están acostumbrados a zafarranchos del mismo pelo. Niños resignados a que sus hermanos menores les pierdan las fichas del parchís. Niños que saben que los padres estamos siempre ocupadísimos y se lo piensan dos veces antes de venir a darte la tabarra. Niños sin demasiado arraigo a sus costumbres y muchas ganas de juerga. Estos son los niños que tú has escogido para tus hijos.
Luego están los niños que tus hijos escogen libremente. O casi. Niños de familias desconocidas con costumbres exóticas. Niños acostumbrados a sus rutinas. Niños a los que tu casa les parece un frenopático y tú la más peligrosa de todos los locos. Algunos ponen pies en polvorosa en cuanto se percatan de que en tu casa las espinacas se comen por decreto ley. Otros son mucho más sutiles y se emplean a fondo para que maldigas el día que se te ablandó el corazón y les invitaste a pasar el fin de semana.
Los peores de todos son los niños invasivos. Niños que no operan por el done fueres haz lo que vieres y se empeñan en que les hagas la pizza sin champiñones, sin queso, sin jamón y sin tomate. Niños que cuando les dices que eso no es una pizza te piden que les hagas otra cosa y te ponen cara de horror cuando les dices que o pizza o fruta. Niños que cuando se resignan a comerse una manzana te vienen con que está demasiado dura, las uvas demasiado blandas y que su madre les pela las fresas en forma de corazón. Niños que sólo comen con un plato rosa y cubiertos con purpurina.
Niños casi desconocidos que quieren colechar contigo, en tus brazos, tan ricamente. Niños que se personan a los pies de tu cama, contigo dentro, y te piden que te levantes porque necesita tiritas para jugar. Niños que cuando les mandas a coger viento fresco vuelven simulando una lesión para que te levantes a por las dichosas tiritas. Niños a los que les dices que tú los Domingos sólo te levantas de la cama por una alerta de tsunami y siguen insistiendo. Ad eternum. Niños que te ven leyendo tranquilamente en el sofá y deciden que es un momento idóneo para treparte a la coronilla y seguir pidiendo por esa boquita. Niños que le cierran la puerta en las narices a La Tercera y te piden que encierres a La Cuarta para que no moleste.
Niños cuyos padres les cogen el gustillo a la libertad y vienen a recogerlos tres horas más tarde de lo pactado. Niños que abultan mucho más que tus cuatro hijas juntas. Niños que consiguen que te sientas como un extraño en tu propia casa. Niños que aún con todo se lo pasan pipa y amenazan con volver.
Por encima de mi cadáver.
Archivado en: Domesticación de las fieras Tagged: Amigos, Dormir fuera de casa, Invitados, Niños, Niños ajenos, Vida después de los niños