Los tentáculos de la prima de riesgo entraron ayer en terreno prohibido, traspasaron la frontera de lo permisible y se adentraron en la esfera de lo privado: tuvieron la desfachatez de colarse en mis sueños. Un autodiagnóstico express a primera hora de la mañana de lo soñado durante la noche revela un estado de ánimo protagonizado por la inquietud, la inseguridad, la confusión y, finalmente, el enfado. Porque así acababa el sueño: con un enfado, una reprimenda comedida por la situación a la que había sido expuesta. No voy aquí a contar mi sueño (no es éste un blog onírico), pero sí que era, como casi todos los sueños, surrealista, extraño, perturbador…
Aunque no soy la única: el fin de semana unos amigos y yo fuimos figurantes del sueño coral, también perturbador, que debió tener Ángela Merkel: un grupo de españoles tomando el sol en un pueblo costero, haciendo el aperitivo en un chiringuito y degustando paella al borde de una piscina mientras hablan divertidos de temas superficiales, de sus próximas vacaciones o de sus no vacaciones, pero sin importarles. Sin acritud y sin recortar optimismo, mirando a Grecia pero también a Francia.