Puedo describir penes, vómitos y heridas purulentas. No me sonrojo al mencionar halitosis, sexo oral o piojos. No me incomodan discusiones sobre herpes genitales ni axilas peludas ni masturbación. Puedo hablar con altura de miras de muchos temas que para otros pueden ser motivo de pudores, mejillas sonrojadas y risitas incómodas. Pero, hay un solo contenido que no he logrado sacar de mi lista de tabúes: el meteorismo (incluso así, cursi y sutilmente me cuesta decirlo).
Dicen que no hay mayor muestra de confianza y complicidad que lanzarse un gas frente al ser amado. Si realmente es así, significa que nunca he confiado en alguien.Allí, acurrucados en el asiento posterior, yo me enrollaba como un feto y él utilizaba mis caderas y trasero como una poco común y sexy almohada. Comprenderán que las quesadillas y la leche con plátano, unidos a mi intolerancia a la lactosa, mi colon irritable y las mariposas en mi estómago fueron la peor mezcla que se me pudo haber ocurrido. En medio de la noche ¡PUM!Un estruendo tan grande salió de mi cuerpo que incluso llegué a despertarme. Obviamente él también se despertó asustado mirando con grandes ojos para todos lados. No me quedó otra que hacerme la dormida y menos mal el cansancio era tanto que él cayó en el sueño a los pocos segundos y sin tener mucha conciencia de lo que había sucedido.
No me sacaba esa imagen (más bien ese sonido) de la cabeza, hasta que la justicia divina hizo lo suyo. Al par de días, no recuerdo bien por qué, nos dio un ataque de risa que llegamos a revolcarnos en el piso de las carcajadas. Tanto nos apretamos la panza por las risas y tal era la soltura de tripas que ¡PUM!De él salió y el bullicio fue tan grade como el mío. Nos miramos en silencio por un segundo y volvimos a las estridentes carcajadas con más ganas que antes.