Pero vamos a centrarnos en este libro. Estamos en 1993, Will tiene 36 años y nunca ha trabajado, en toda su vida no ha dado un palo al agua y todo porque su padre compuso una famosísima canción de Navidad que, aunque él odia y detesta con todas sus fuerzas, los derechos de autor le permiten vivir sin tener que trabajar. Por si fuera poco, su vida es estupenda. Él es guapo, joven, enrollado, está en la onda y sabe lo que mola. Está al día en moda, música, cine, televisión... Will es soltero y está orgulloso de serlo. No quiere saber nada de matrimonio, compromiso o relación estable. Y muchísimo menos quiere ni oír hablar de tener hijos. Él prefiere los polvos esporádicos. Pero todo cambia cuando conoce a Angie, una divorciada con hijos. Con ella, durante un tiempo, jugará a ser un hombre serio, responsable, formal, con quien vale la pena pensar en el futuro y no el vividor follador que en realidad es. Aunque la relación con Angie dura muy poco, Will se dará cuenta de que las madres solteras o divorciadas son un auténtico filón, una mina de oro de polvos y rollos de una noche o, como mucho, de unas pocas. Ni corto ni perezoso, Will no duda en inventarse a Ned, su hijo de dos años imaginario y a su ex mujer, que los dejó a los dos tirados. Con su papel de padre bien aprendido, comienza a acudir a una asociación de padres, en la que sobre todo hay madres separadas, solas, frágiles, vulnerables, desesperadas por arrojarse a los brazos del primero que pase con tal de darles una figura paterna a sus hijos. Allí Will conoce a Suzie y a su amiga Fiona. Pero sobre todo conoce a Marcus, el hijo de Fiona. Un niño de 12 años solitario, obtuso, raro. Marcus no tiene amigos, hace poco que él y su madre han llegado a vivir a Londres desde Cambridge y le está costando adaptarse a su nueva ciudad, su nueva casa y, sobre todo, su nuevo colegio. Allí sufre cada día las burlas, los insultos, las amenazas y las humillaciones de sus compañeros. Y todo porque no viste a la moda, porque no lleva el corte de pelo que debería llevar, porque no ve las mismas series de televisión que el resto, porque no escucha la misma música y ni siquiera sabe quién es Kurt Cobain. No sabe relacionarse con la gente, al menos con la de su edad. Pero eso no le impide iniciar una peculiar amistad con Will y tender puentes, hilos y especiales conexiones entre las personas que le rodean: su madre Fiona, Suzie, Will, su padre Clive, la novia de éste Lindsey o Elly y Zoe, dos chicas de su colegio mayores que él a las que todo el mundo tiene miedo y que no dejan de meterse en líos. Así, con el paso de los meses, las vidas de Will y Marcus cambiarán. Los dos aprenderán el uno del otro, y su entorno crecerá, dejarán de estar solos, de ser egoístas, antisociales, y entenderán que no solo ellos necesitan a los demás, sino que los demás también los necesitan a ellos. Conforme pasamos las páginas iremos cogiendo un gran cariño no solo a Marcus, sino también a Will. Y todo gracias a una historia divertida, deliciosa, encantadora, adictiva, aguda y conmovedora. Pero también una historia dura, que aborda temas tan profundos y complejos como el suicidio, la soledad, el fracaso amoroso o los problemas que conlleva la adolescencia. Pero todo narrado con desenfado, humor, diversión e ironía. Una historia fresca, actual, urbana. Una historia que nos hará comprender que todos, incluso Will y Marcus, si nos lo proponemos, podemos llegar a ser un gran chico.
Pero vamos a centrarnos en este libro. Estamos en 1993, Will tiene 36 años y nunca ha trabajado, en toda su vida no ha dado un palo al agua y todo porque su padre compuso una famosísima canción de Navidad que, aunque él odia y detesta con todas sus fuerzas, los derechos de autor le permiten vivir sin tener que trabajar. Por si fuera poco, su vida es estupenda. Él es guapo, joven, enrollado, está en la onda y sabe lo que mola. Está al día en moda, música, cine, televisión... Will es soltero y está orgulloso de serlo. No quiere saber nada de matrimonio, compromiso o relación estable. Y muchísimo menos quiere ni oír hablar de tener hijos. Él prefiere los polvos esporádicos. Pero todo cambia cuando conoce a Angie, una divorciada con hijos. Con ella, durante un tiempo, jugará a ser un hombre serio, responsable, formal, con quien vale la pena pensar en el futuro y no el vividor follador que en realidad es. Aunque la relación con Angie dura muy poco, Will se dará cuenta de que las madres solteras o divorciadas son un auténtico filón, una mina de oro de polvos y rollos de una noche o, como mucho, de unas pocas. Ni corto ni perezoso, Will no duda en inventarse a Ned, su hijo de dos años imaginario y a su ex mujer, que los dejó a los dos tirados. Con su papel de padre bien aprendido, comienza a acudir a una asociación de padres, en la que sobre todo hay madres separadas, solas, frágiles, vulnerables, desesperadas por arrojarse a los brazos del primero que pase con tal de darles una figura paterna a sus hijos. Allí Will conoce a Suzie y a su amiga Fiona. Pero sobre todo conoce a Marcus, el hijo de Fiona. Un niño de 12 años solitario, obtuso, raro. Marcus no tiene amigos, hace poco que él y su madre han llegado a vivir a Londres desde Cambridge y le está costando adaptarse a su nueva ciudad, su nueva casa y, sobre todo, su nuevo colegio. Allí sufre cada día las burlas, los insultos, las amenazas y las humillaciones de sus compañeros. Y todo porque no viste a la moda, porque no lleva el corte de pelo que debería llevar, porque no ve las mismas series de televisión que el resto, porque no escucha la misma música y ni siquiera sabe quién es Kurt Cobain. No sabe relacionarse con la gente, al menos con la de su edad. Pero eso no le impide iniciar una peculiar amistad con Will y tender puentes, hilos y especiales conexiones entre las personas que le rodean: su madre Fiona, Suzie, Will, su padre Clive, la novia de éste Lindsey o Elly y Zoe, dos chicas de su colegio mayores que él a las que todo el mundo tiene miedo y que no dejan de meterse en líos. Así, con el paso de los meses, las vidas de Will y Marcus cambiarán. Los dos aprenderán el uno del otro, y su entorno crecerá, dejarán de estar solos, de ser egoístas, antisociales, y entenderán que no solo ellos necesitan a los demás, sino que los demás también los necesitan a ellos. Conforme pasamos las páginas iremos cogiendo un gran cariño no solo a Marcus, sino también a Will. Y todo gracias a una historia divertida, deliciosa, encantadora, adictiva, aguda y conmovedora. Pero también una historia dura, que aborda temas tan profundos y complejos como el suicidio, la soledad, el fracaso amoroso o los problemas que conlleva la adolescencia. Pero todo narrado con desenfado, humor, diversión e ironía. Una historia fresca, actual, urbana. Una historia que nos hará comprender que todos, incluso Will y Marcus, si nos lo proponemos, podemos llegar a ser un gran chico.