¿Qué opinarías de una persona que repartiera caramelos tóxicos en la puerta de un colegio? ¿Y qué le dirías si argumentara que él no obliga a nadie a comer sus caramelos, que además son muy sabrosos y tienen un envoltorio muy atractivo?
Aunque todo eso fuera cierto, no atenuaría la culpa de una persona que pusiera en peligro la salud de unos niños, que en su mayor parte no tienen ni la experiencia, ni la madurez, ni la capacidad de discernimiento necesarias para poder evitar ese peligro. ¿Culparíamos a un niño por comerse una golosina de lo más apetitosa? Yo no lo haría. En mi opinión, la responsabilidad debería recaer sobre la persona que creó ese veneno (por muy sabroso y atractivo que sea), y sobre los padres si no han tratado de prevenir esa situación educando a su hijo y velando por su entorno, en la medida de lo posible.
Hace unos días, vi unas viñetas en las que se planteaba qué ocurriría si tratáramos las enfermedades físicas como las psíquicas. Se veía a un hombre sin brazos al que otro le decía: “vamos, seguro que puedes coger la caja, solo tienes que animarte y dejar de darle vueltas a ese asunto”. Y otras situaciones por el estilo. Es el problema de lo que no se ve, podemos pensar que no existe.
Es buenísimo que los niños y los jóvenes lean. Como escritor de literatura juvenil soy una parte muy interesada en que esto ocurra . Pero, del mismo modo que no todo lo que se puede ingerir debe ser ingerido, no todo lo que se puede leer merece ser leído. Un libro puede ser un gran amigo o una malísima influencia. Es tarea de los padres y de los educadores velar para que los menores tengan acceso a historias que les entretengan y colaboren en su recto crecimiento; y evitar aquellas lecturas que pueden resultar perjudiciales para ellos. Esto supone mucho trabajo, sobre todo si los niños son grandes lectores, pero, del mismo modo que no dejaríamos a un menor en compañía de una persona de dudosa moralidad, tampoco podemos permitir que un libro, por muy vistoso y divertido que sea, introduzca en su cabeza ideas y comportamientos perniciosos. Que no lo veamos no significa que no exista.
¿Y qué decir de esos escritores (y sus respectivas editoriales) que lanzan al público infantil y juvenil ese tipo de libros? Seguramente, lo hacen porque ellos no las perciben como dañinas. Lo único que buscan es contar unas historias divertidas, atrapar a ese público tan difícil y engancharlo con sucesos y escenas disparatadas, cómicas o sorprendentes. Esos fines son fantásticos, pero no vale cualquier medio y menos aún cuando el destinatario no está preparado para diferenciar lo bueno de lo malo, lo que le hará feliz de lo que le conducirá a una vida insatisfecha, lo que le mejora como persona y lo que le lleva a degradarse.
En realidad, todo esto no es más que una consecuencia lógica de la sociedad en la que vivimos que tiene sus puntos fuertes y débiles, como siempre ha ocurrido. Potenciamos el éxito fácil, la vida sin complicaciones, la diversión por encima del esfuerzo, el goce momentáneo, inconsciente e irresponsable. Y, por lo tanto, no es extraño que ocurra lo mismo en la literatura. Algunos autores ponen el número de ventas por encima de la calidad literaria y, en consecuencia, usan aquellos recursos que les pueden proporcionar ese éxito. Apelan a lo más básico del ser humano para captar su atención. Es lo mismo que hacen algunas campañas publicitarias, y no pocas películas… El problema es que en vez de rebelarnos contra aquellos que nos degradan así, les seguimos el juego. Pero, si eso es siempre condenable, en el caso de los trabajos dirigidos a niños y jóvenes me parece aún más grave.
Como escritores de literatura juvenil, tenemos una responsabilidad. Independientemente del tipo de historia que queramos contar, de nuestro estilo literario, de nuestros gustos y circunstancias personales, debemos tener en cuenta que nuestro público, en ocasiones, no está preparado para leer con espíritu crítico nuestros trabajos. No se pararán a analizar actitudes, y muchas veces tomarán por bueno lo que nosotros les digamos que es así. Por eso deberemos velar para que nuestros escritos no perjudiquen a nuestros lectores. Bueno, esto como mínimo, aunque lo ideal sería que nuestras obras les ayudaran a ser mejores personas.
Pero de eso ya hablaremos en la próxima entrada.
Un saludo
@M_A_JORDAN