No puede evitar solidarizarse con el que sufre, con quien padece una enfermedad que sabe que es mortal y te destruye completamente, como si te devorara de dentro hacia fuera, recordándote con cada mordisco el final que te aguarda. Observa que los tratamientos apenas detienen el curso de la enfermedad, retardando sólo un poco su maldito triunfo sobre la vida, aunque ya casi ha vencido a la capacidad de resistencia de su víctima. Y no lo puede soportar, no puede soportar no hacer nada y resignarse con las manos quietas a ver cómo vence el mal. Por eso decide, a la desesperada, gritarlo al mundo, hacérselo saber a todos sus amigos, incluso a quienes ni siquiera conoce pero rastrean curiosos las redes sociales. Y los reta a leer su lamento y difundirlo indefinidamente, como si el número de lectores influyera en el curso de una enfermedad. Pero es lo único que puede hacer: gritar, gritar de rabia y dolor, hasta que los aullidos alcancen a alguien que sepa aportar algún consuelo, alguna esperanza. Es su manera de mostrar solidaridad con el amigo enfermo de cáncer. Es su manera de hacer algo para no abandonarlo en su angustia. Para no dejarlo solo hasta el final. A Pedro Burgos Trujillo, a quien acompaño en el grito.