Y eso en el caso de que Rusia permitiera, sin mayores costes, que su querida “Rusia la chica” sea arrancada de su regazo. Si se conformara con conservar Crimea, el problema se habría resuelto sin traumatismos exagerados y con cierto sentido común, pues daría satisfacción a una población que se halla dividida en sus simpatías. Los prorrusos de Crimea no se verían abandonados a una suerte decidida por los prooccidentales de Ucrania. Ni estos últimos a la voluntad soviética de restituir el imperio de la añorada superpotencia mundial.
Europa está en su derecho de hacer coincidir la geografía física con el modelo político de unión continental, pero está condicionada por una historia atomizada que enfrenta a sus propias regiones y naciones. Sin siquiera una unión fiscal, ni un verdadero banco central o un aparato defensivo propio, lo único que ofrece es un mercado común, una moneda y unas cuantas normas que se transponen a las legislaciones nacionales. En ese escenario, lo que aguarda a Ucrania es sustituir sus dirigentes corruptos por voraces tiburones que abren sus fauces ante los nuevos nichos de negocio que despiertan su apetito. ¡Ojalá ande yo equivocado!