Tras la comida viajé a Madrid en el AVE. Al poco de salir de la estación Joaquín Sorolla, un pasajero visiblemente enfadado insultó a gritos repetidas veces al revisor, por algún problema que había tenido con su billete. Al final, el pasajero tuvo que cambiarse de vagón y el revisor se acercó a los pocos pasajeros que allí estábamos a pedirnos disculpas por el incidente. Me sorprendió la paciencia y el autocontrol del empleado del tren que en ningún momento perdió la compostura.
Un niño de 12 años entró en una heladería y se sentó en una mesa. La camarera se acercó para atenderle:
- ¿Cuánto cuesta un cucurucho de helado de chocolate con topping de almendras?
- 1,5 euros
El niño sacó de su bolsillo un montón de monedas y empezó a contarlas.
- ¿Y un helado de chocolate sólo, sin almendras?
- 1,35 euros
El niño volvió a contar sus monedas y la camarera empezó a impacientarse ya que tenía otras mesas que atender.
- ¿Y si en vez de cucurucho es en tarrina?
La camarera, visiblemente molesta le espetó:
- Entonces 1,25 euros, ¡pero decídete ya que tengo más mesas que atender!
El niño volvió a contar sus monedas y al final dijo:
- Pues quiero el helado solo en tarrina.
La camarera le trajo la tarrina de helado de chocolate y el tícket con el importe. El niño disfrutó del helado, pasó por caja para pagar y salió del local. Cuando la camarera volvió a la mesa para recoger la copa no se creía lo que veía. Allí, ordenados había 25 céntimos de su propina.
Y es que, ¿cuántas veces juzgamos a alguien precipitadamente y luego nos arrepentimos de ello? ¿Y cuantas veces ya no tenemos la oportunidad de resarcir ese mal pensamiento? ¿Cuántos conflictos y cuántos enfados se podrían evitar si pensáramos que todo el mundo tiene un motivo por el que estar así?. Ya lo dice la Biblia: "No juzguéis y no seréis juzgados".