Un héroe de nuestro tiempo, Mijail Lérmontov

Publicado el 15 mayo 2013 por Manigna

Título original : Геро́й на́шего вре́мени 
Año de publicación : 1840
Presente edición : Icaria Literaria, 1979
Traducción : Rafael Rodríguez Pavía

Creo haber mencionado ya en alguna otra entrada que están llegando a tierras brasileñas cada vez más libros de literatura en castellano, muchos son ejemplares de ediciones digamos que antiguas y en su gran mayoría en un estado que pareciera haber salido de la imprenta ayer, motivo por el cual mi TOC se mantiene a flor de piel en relación a libros, peor aún cuando comprobé que no soy sólo yo quien se emociona al ver los anaqueles de libros en castellano surtidos, hay algunos representantes de otros países vecinos que también comparten esa ansiedad al ver ciertos ejemplares –como los tres últimos comentados- que por aquí caen; mientras mi –creo- inofensivo TOC no mude a Síndrome de Diógenes no habrá problema, espero. 

Escrito a mediados del siglo XIX esta obra sorprende no sólo por su estructura -no comienza por lo que pareciera ser el inicio, lo que le imprime un halo de misterio acerca del personaje que Mijail Yúrievich Lérmontov (Moscú, 1814 – Piatigorsk, 1841) nos quiere presentar-, sino también por el desarrollo de cada una de las seis partes que la componen. Así iremos conociendo al oficial del ejército Gregorio Alexandrovich Pechorín a quien el autor nos lo va presentando de a pocos, paulatinamente, primero bajo el prisma de otros, y luego, a través de la publicación de su diario –este diario son los cuatro capítulos finales del libro donde obviamente nuestro narrador es Pechorín-, aunque al llegar a estas instancias sabremos la condición de fiambre de nuestro peculiar personaje principal, hecho que crea aún más ansiedad por saber de él; muerto el hombre, nace la leyenda. Pechorín es un dandi, todo un galán que se esmeraba en conquistar mujeres aunque poco o nada le importasen, su éxtasis estaba en conseguir que estas se interesasen por él, y con esa certeza en su haber simplemente pasar a otra. También era viajero y aventurero, a quien el destino le depararía vivir situaciones diversas y extremas: desde pasar hambre y casi morir en la Península del Cáucaso, hasta derrochar lujo con no poca vanidad en Vladikavkaz, previo a su partida a Persia. Ejecutaba sendos bostezos en situaciones que a otros les rendían emoción y alegría; este comportamiento que va a la contra es ironía pura e imagino el goce que sentía al ver el rostro confuso y perplejo de su auditor. Espiaba cuando debía, anticipándose así a los hechos, siendo él quien conducía la acción cuando los otros esperaban verlo sorprendido y acorralado; mientras Pechorín se acomodaba su sombrero de copa –me lo imagino- los otros eran pillados con los pantalones abajo. 

Coincidentemente la temperatura aquí al sur de Brasil bajó de manera considerable y repentina, y las noches de este frío otoño (2º C. con sensación térmica de -2º C.) encajaron bien con esta historia desarrollada en el Cáucaso, donde el punto más alto lo encuentro en el capítulo “La princesita Mary”, el más extenso, por todo el preámbulo creado hacia el personaje principal y es aquí donde realmente conoceremos su parecer. Aquí también es donde se desarrolla el duelo de Pechorín con Gruschnitsky: ¡cuánto romanticismo hasta para matarse! Los personajes no rebajan su lenguaje a insultos o improperios en ningún momento, parece que hasta respetaran a su enemigo; en tiempos donde te disparan por un celular o por menos ese comportamiento no deja de sorprender. También cada detalle cuidado al mínimo: batirse al borde de un precipicio para que quien pierda caiga, y luego ser extraída la bala del cuerpo del muerto bajo el celo de los padrinos, y así no traer problemas futuros con la justicia al vencedor. Lo más sorprendente es que los actos que encontramos en esta historia, llenos de esa oscura elegancia es una literatura realista: un año después de la publicación de esta obra Lérmontov se batió a duelo con Nicolái Martýnov al borde de un precipicio en el monte Mashuk, llevando la peor el escritor y poeta; tenía 27 años de edad. 


Con un estilo calmo Lérmontov nos va sumergiendo en esta historia e inoculando como un virus las ganas por querer saber más acerca de su misterioso personaje, Pechorín. Me reconforta conocer esas extrañas y refinadas costumbres, el sutil, sistemático y eficaz galanteo que acabará con el desprecio hacia la dama inicialmente cortejada, y, el no perder la postura hasta en momentos tan críticos como un duelo, hechos ahora tan lejanos como los lugares álgidos donde está ambientada esta trama. Esta obra publicada hace ciento setenta y tres años mantiene aún vivo todo ese esplendor de épocas donde el romanticismo era el pan de cada día. 

Como la cereza de esta deliciosa torta el libro trae el prólogo de Vladimir Nabokov quien reconoce a Lérmontov como un gran narrador aunque con un estilo más pobre y menos elaborado que el de Tolstoi, pero recalcando también que era un veinteañero cuando escribió esta obra. ¡De qué otras bellezas nos privó la bala de Martýnov! Nabokov, al inicio de su prólogo nos hace también un regalo dejándonos un poema de Lérmontov que quiero compartir a continuación, este no pertenece a esta obra en sí pero trata de un tema que al parecer era recurrente en la vida y quizá obra del autor,  tan sencillo y a la vez complejo, como la obra de esta entrada, y aunque Nabokov lo llame de profético yo creo que Lérmontov tenía una única certeza en su vida, de cómo quería acabar: 
En una cañada de Dagestán, al calor lunar,
con plomo en el pecho, inmóvil yo yacía;
la profunda herida todavía humeaba
y gota a gota la sangre se me escurría. 

Solo, yo yacía en el fondo de la cañada;
los riscos se agolpaban en los salientes;
el sol me abrasaba y abrasaba sus cimas pardas.
Pero yo dormía con el sueño de la muerte. 

Y en el sueño divisaba una fiesta de noche
que con luces brillantes relucía en mi país;entre las damitas coronadas de flores
la alegre charla versaba sobre mí. 

Pero una que no participaba en la charla
se apartaba perdida en sus pensamientos,
con su joven alma inmensa ¡Dios sabrá
cómo! en la melancolía de un sueño. 

Ella soñaba con una cañada de Dagestán;
en la cañada el cadáver de un amigo yacía;en su pecho, la herida humeante y ennegrecida
y un hilo de sangre enfriándose cada vez más.