Título: Un hijoAutor: Alejandro PalomasEditorial: La Galera, 2015Páginas: 288
Resumen oficial.
Guille es un niño sonriente y aparentemente feliz, pero solo hace falta rascar un poco para sospechar que esconde un misterio. Guille es un niño introvertido con una sonrisa permanente, y es un lector empedernido con mucha imaginación. Solo tiene una amiga. Hasta aquí, todo en orden.
Pero tras esta máscara de tranquilidad se esconde un mundo fragilísimo, como un castillo de cartas, con un misterio por resolver. El rompecabezas lo configuran un padre en crisis, una madre ausente, una profesora intrigada y una psicóloga que intenta armar el puzzle que está en el fondo.
Una novela coral que respira sentimiento, ternura, vacíos, palabras no pronunciadas y un misterio sobrecogedor.
Impresión personal.
Los que habitualmente pasáis por aquí sabéis que me encanta la magia. Pero no la magia de esos artistas que hacen trucos con cartas, palomas o conejos. Esa magia no es más que un resto de la magia de verdad, la que se siente en los bosques cuando una se sienta a escuchar, o la que se vislumbra cuando te fijas en la niebla o como le pasa a Guille, cuando mira hacia los tejados y puede ver a Mary Poppins con los deshollinadores cantando una canción. Yo soy como Guille, no solo me gustaría ser Mary Poppins sino que a ratos me encantaría ser Peter Pan o también Eragón montando a Saphira. Alejandro consigue con su historia que me identifique plenamente con un niño (¡a mi edad!) que es capaz de soñar cada día para cuidarse a sí mismo, a su amiga y a su padre.
Un hijo no es la historia de un niño extraño, curioso o ejemplar. Tampoco es la historia de un niño que esconda nada. Un hijo es el drama de una serie de personajes, la mayoría adultos que son y están ciegos. A unos, el dolor no les deja ver la realidad, la suya propia y la del ser más querido que tienen cerca, y se refugian en un mundo ficticio donde se sienten salvadores aunque en realidad es de ellos mismos de quien pretenden salvarse. Otros, se refugian en ritos y costumbres fuera de lugar porque odian renunciar al control que ejercen sobre los más débiles. Y, como en otras ocasiones, otros intentan, esta vez con acierto, desentrañar una madeja infantil que les muestre la historia real de unos niños que se esconden tras la magia de un cuento, unos dibujos o una canción.
Como en Una Madre, creo que esta vez tampoco conseguiré olvidar nunca a Guille. Ni siquiera sé si me ha enseñado algo, como en su día lo hizo Momo, pero he conseguido sentir como él. He soñado con él y su historia me ha dolido, no por su pérdida, sino por la responsabilidad que asume como si de Mary Poppins se tratara. Sólo espero que el viento del norte no se lo lleve de mi memoria, que nadie me lo arrebate porque siempre es bueno tener un Guille en nuestras vidas que nos recuerde que, a veces, los sueños existen y hasta se cumplen si ponemos empeño en ello. Y cuando eso no pasa siempre podemos recurrir a Mary Poppins...
Como Una Madre, volveré a leer algún día esta sentida historia, seguramente cuando sienta que necesito una Mary Poppins a mi lado que me enseñe a ordenar los cajones de mi vida con una sonrisa y una canción. Seguramente, Guille volverá con ella a mi mente y podré recuperar la ilusión que haya podido perder.