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"Un hombre detrás de la lluvia" de Luis Quiñones

Publicado el 28 octubre 2015 por Librosquevoyleyendo @librosqvleyendo

Precio: 16€

Sobre el autor: Luis Quiñones Impresiones

Tras viajar por los trasfondos y las lejanas historias anónimas de la Guerra Civil en sus anteriores trabajos, Quiñones cambia en esta tercera novela de registro espacial, que no temporal, para situar el
grueso de la acción fuera de España en los convulsos años treinta y enmarcarla desde nuestros días tomando como preámbulo el encargo que le hace un anciano chileno, Oswaldo Mitto, para que cuente en una novela por qué no pudo en su juventud matar al hombre al que le habían ordenado asesinar. Eso le sirve al autor, en lo que es quizá uno de los mayores aciertos de la novela, para empezar por desnudarse y mostrarnos en toda su grandeza y su miseria, el oficio de escritor. Nos explica en qué consiste esta tarea de crear y contar, qué peajes se cobra, de qué está hecho y cómo se expande por las venas el veneno que a todo escritor le impulsa a seguir escribiendo, llegando a la conclusión, como nos dice al principio de la novela, de que "escribir no cura ninguna enfermedad; al contrario, es la enfermedad". Nos lo explica a nosotros, lectores, y sobre todo, se lo explica a sí mismo, como si tuviese que justificar ante su yo racional el hecho de perseverar en este oficio de locos. Un oficio que Luis Quiñones ennoblece con su honestidad, con su sinceridad, al retratarse impúdicamente y sin complejos en las primeras páginas de la obra.

Así, el autor se mete en la novela como un personaje más, abriéndonos de par en par la puerta por la que se accede a las bambalinas de la creación literaria. Desde el principio se establece entre autor y personaje una relación de igual a igual, pues es el viejo el que va marcando el ritmo y el orden narrativo a vista de todos. El escritor, en lugar de manejar los hilos desde arriba, baja a la arena y se retrata junto a su protagonista aprovechando su presencia en escena para volcar en la trama y en lo que nos cuenta de ella sus propios miedos, anhelos y sentimientos de creador. Esto le da a la trama un barniz de verosimilitud y a la vez de irrealidad que el lector irá entendiendo y apreciando con el correr de las páginas. Se va ensamblando así un entramado narrativo más que interesante en el que se intercala la narración autobiográfica del anciano con lo que el autor va conjeturando sobre aquello que no cuenta. No es casualidad que su interlocutor e informante sea un nonagenario de memoria frágil y en cercano trance de borrar para siempre su paso por el mundo. Se difumina así también el límite entre lo que se dice real y lo que es pura ficción narrativa sin que se sepa bien dónde acaba aquello y dónde empieza esta. Y a su vez, deja espacios abiertos a la imaginación del propio lector sobre aspectos y motivaciones en la vida de Oswaldo que ni él quiere recordar ni el autor imaginar. Libertad creadora y libertad lectora en su máxima expresión, y a la vista de todos, en un ejercicio admirable, repito, de sinceridad artística.

Los saltos temporales también descomprimen aquí el tiempo narrativo y abundan en el interés creciente con que la historia avanza hacia el desenlace. Además, en el discurrir de la trama se deslizan algunas pinceladas históricas que ayudan a entender, por ejemplo, la tendencia dictatorial de algunos países sudamericanos o el Madrid de trincheras de 1937 visto desde los ojos escépticos de un joven extranjero sin formación ni ideología. Y desde luego, y al mismo nivel que la trama, destaca en la novela esa recreación de cómo pudo ser la personalidad auténtica de un gran icono cultural del siglo XX, que sin sospecharlo se convierte en el objetivo criminal de Oswaldo. Se nos descubre su figura real, alejada de los focos, en momentos íntimos como una cena de amigos o el flirteo con una joven, mostrándonos que el artista no solo lo es en su faceta pública, sino que lo sigue siendo en cualquier momento de su vida.

El final, sorprendente a la vez que necesario, remata con maestría este experimento metaliterario en el que Luis Quiñones se ha sumergido con su tercera novela para deleite del lector que busca algo distinto y demostrando haber apuntalado con firmeza la madurez narrativa que ya acreditaba en sus anteriores trabajos.

Reseñado por Javier Machón

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