El año pasado leí una novela titulada La librería ambulante, (Parnasus on Wheels, 1917) de Christopher Morley.
Llega a aldeas aisladas, donde los niños tienen padres analfabetos y viven en casas en las que no hay un solo libro. Al llegar, después de varias horas de camino a pleno sol, abre la mesa portátil y a continuación pone en el suelo un peculiar top manta de las letras, un picnic bibliográfico, con los libros que lleva ese día. Los niños se ponen a curiosear. Algunos se sientan a leer allí mismo, o a escuchar leer al maestro oa hacer los deberes de la escuela; otros se llevan algún libro en préstamo. Un día el maestro escuchó en la radio a un periodista que hablaba sobre el libro que acababa de publicar, y le escribió pidiéndole que donara un ejemplar para su biblioteca ambulante.
Al principio muchos se reían de él al verlo pasar con sus burros y sus libros y lo tomaban por loco. En una ocasión se cayó de su montura y se partió una pierna, a resultas de lo cual sufre una cojera permanente.En otra ocasión lo asaltaron unos bandidos que, al ver que no llevaba dinero, le robaron una novela.
A lo mejor la leyeron y todo, quién sabe.
Pero ni estas desventuras ni peligros mayores, como el de la guerrilla, arredraron a este valiente, que siguió adelante con su romántico empeño y que se emociona al ver cómo los niños a los que él enseña, son quienes a su vez enseñan a leer y escribir a sus padres. Es muy grato saber que su humilde y trascendente iniciativa ha ido poco a poco alcanzando reconocimiento internacional.Por ejemplo, en 2010, la CNN le dedicó un reportaje en su sección CNN Heroes; en la BBC y el New York Times también han aparecido noticias sobre el biblioburro. Existe igualmente un documental cinematográfico titulado Biblioburro: The Donkey Library, y además en otros países como Venezuela y Etiopía se están llevando a cabo proyectos similares.El compromiso de este auténtico maestro no es solo con la cultura y la alfabetización; es sobre todo un compromiso con el porvenir. Porque el conocimiento del mundo y de la vida que los niños adquieren a través de los libros, deriva, creo yo, en la conciencia de quiénes somos, cada uno y los demás. Y en esa conciencia probablemente está la fórmula mágica del respeto; y el respeto es, entre otras cosas, el antídoto contra la violencia.