Un indulto con mucho cuento

Por Antoniodiaz



A eso de las siete y media de la tarde salió al albero sevillano -a pesar de que no es de Sevilla, que lo traen de fuera-, un torito de Cuvillo, negrito mulato, nacido en abril del 7, que en en la retransmisión en HD del Plus se podía ver que en vez de barba tenía acné, con una carita de no haber roto un plato en su finca del Grullo en la vida, y dos pitones limpitos, asépticos y colocaítos, como si hubiera estado pastando sus cuatro años en una ortopedia en vez de en una dehesa. Arrojado se llama, porque aún vive para contarlo. Con tranquilidad, sin brío, se da un par de vueltecitas por el redondel -a pesar de que aquí tampoco es redondo-, lo tocan desde los burladeros -eeh, eeh- eeeh-, y ahí que va el cuvillito, pero sin rematar en ninguno, que eso es para los toros de casta brava, que son los toros anarquistas y pobres del gremio. Se lo saca Manzanares, su encargado de obra, al tercio y ahí que lo llama, clavadas las zapatillas en el suelo, relajado, sin tensión, y lo saluda de capa con seis verónicas y una media abelmontada más impostada y falsa que el dinero del Monopoly. El negrito, conforme lo terminan de saludar de capa, se queda quieto parao, no sigue ninguna tela ni se quiere comer a nadie. Lo vuelven a llamar desde un burladero, otra vez un torero de plata, y ahí que acude nuevamente, -ssssshhh, sssshhh mira toro- se para a dos metros de las tablas y se queda quietecito, como los buenos alumnos, esperando que el maestro pase lista. Ni un querer ir a rematar a tablas, ni siquiera un mal bufido al que se esconde bajo la montera. A lo lejos ve como se acercan dos estatuas equinas con pinta de no traer muy buenas intenciones. Pero él, quietecito ahí, sólo obedecerá a la voz de su amo.
Que no tarda en llamarlo, desde la boca de riego, y ahí que se arranca, despacito, el Arrojado, que con un sólo capotazo, y sin quedar colocado, se estrella contra los que traían el mal agüero. Escozor en el lomo, le hacen la carioca y cuando empieza a sangrar un poquito, se escucha a su pacifista matador -valeee, valeee-. "Para donante no valgo" -debió de pensar el toro -que a pesar de llamársele así genéricamente éste no lo era, ni por edad ni trapío-. Lo sacan del peto, que corneaba con un pitón, y con desgana. El Manzanas, llamado así desde el tendido en el que campa Ana Rosa -hubo un tiempo en el que en las barreras se ponían pavas como la Ava Gardner-, lo soba, uno pa'llá y otro pa'cá. Colocao otra vez está. En el devenir del ir pa'llá nuestro Arrojado quiso irse de naja para el lugar sombrío por el que a las siete y media salió, pero a la llamada del toreador, ven pa'cá, se tuvo que volver. Nobleza obliga. Se queda cuadrado, sin mover una pestaña de su bonacible mirada, delante de la segunda raya. El del castoreño que lo vuelve a llamar, con el palo por delante, y otra vez que se repite la historia. Choca contra la valla protectora que envuelve el caballo, picotazo, valeee, capote por debajo de la pala del pitón, y toro pa'fuera. Todo en un tris. Y la gente que aplaude. "Será por donar dos veces en un mismo día", razonó el mulatito. El enfermero, Chocolate, se va, mientras un gordo toca un trompetín. Será por el ruido, que le molesta o no le gusta, que Arrojado, huye y se quiere ir a casa, a rezar y pedir por sus compañeros donde la tumba de Idílico. Un tropel de toreros, uno de capa, los otros con palillos, que corren detrás de él. Se repucha en tablas y ahí que va el de la tela rosa, que le vuelve a hablar, el tío descarao, ...aaamoosss bonitoooo. Y nuestro Arrojado, que en el fondo es un cachondo, le saca medio metro de lengua. Ya no la volvería a encerrar en todo el cuento. Los palos, que se los deja colocar, tenían truco: pinchan. Pero no se queja.
Se vacía la plaza. Se quedan sólos los dos. Arrojado es llamado con un trapito rojo, una y otra vez, y nunca llega a alcanzarlo, a pesar de que se lo ponen a cámara lenta. Le gusta el juego. Se entretiene jugando al pilla pilla, y como se entretiene, para que tirar una cornada, pegar un arreón o intentar ganar alguna serie, que siempre pierden los suyos. No tiene codicia, ni malicia. Pero ya se sabe, en esto de las ganaderías bohemias está mucho peor mirado mandar a un torero a la enfermería que dejarse ganar la partida. "Viva el cuvis manque pierda" era el grito de guerra del partidario de la casa. Los desaboríos del micrófono, que le cuentan los pases que ha recibido sin decir ni mú: setenta y uno y más de once minutos detrás de la tela. Esto ya le aburrió, y mientras el Manzanas hacía gestos al tío del pañuelo, Arrojado que se va a las tablas, otra vez. Tendrá vocación de maderero. Ya no le dan más la lata, con un pañuelo naranja salen los cabestros, que lo acompañan con amabilidad, como si fuesen botones, al lugar donde Arrojado siempre quiso estar, chiqueros, donde los mansos. Mansos que son lo contrario que bravos. Como indultar un manso es lo contrario de hacer un bien al Toreo.