Es inútil huir de uno mismo como imposible esquivar la propia sombra. Por mucho que corramos, siempre estamos pisándonos los talones, ya sea en forma de recuerdos que entornando los párpados o aspirando una bocanada de aire. Somos lo que fuimos porque ignoramos lo que seremos, aunque permanezcamos inmutables: torpes individuos incapaces de cambiar su vida ni eludir ningún peligro. Seres tercos que tropiezan una y mil veces en la misma piedra hasta romperse las piernas o hacer trizas el obstáculo. Buscamos refugio en los burladeros del olvido sin poder evitar echar de menos una Antilla lejana del mismo modo que el poeta añora una chopera o un viejo olmo centenario, todos siempre en su mitad podridos. Al final, nos disolvemos en la misma nada de la que surgimos sin que nadie sospeche lo que dejamos: un tímido latido sin sentido, que de nada sirvió. A pesar de todo, feliz día.