viene de aquí
Volvió. Cómo sólo vuelven los sueños, los veranos, los atardeceres… Y esta vez no me encontró describiendo a un asesino a punto de cometer un homicidio, sino al espejismo de su cuerpo entre mis manos. Así que mientras ella caminaba de la puerta hacia la mesa, y llenaba el aire de su presencia, yo recogía apresuradamente los papeles que describían mi caricias sobre esas piernas inacabables que se acercaban, y la odiaba. La odiaba porque no me miraba, sino que me lanzaba una cadena al cuello. Me miraba de frente, con sus sonrisas clavándose en mis labios, cerrándolos a cualquier respuesta. La odiaba porque sabía perfectamente que existiría siempre, que siempre sería deseo y sueño, y que nunca la tendría. La odie porque no fui capaz de levantarme para probar sus labios, tensar su cuerpo, ofrecer mis manos al agarre de sus caderas, y me quede allí sentado como un perfecto idiota.
- Hola. Busco un libro -Y yo buscaba el brillo de sus labios.
- Si. Hola, dígame… conoce… título… autor. ¿puedo ayudarla? -Y su sonrisa divertida de jugadora sobre sus cartas, sus peones o sus dados. Y mi mirada descontrolada, pasando de sus labios al recorte de su perfil contra la luz, sus zapatos de tacón, sus medias negras…. acababa de describir su cuerpo con esas medias, y había descrito como mis manos….
- Busco un libro. Este libro. -Y su mano me tiende una hoja de papel con un título, escrito a mano, quizás con la suya: “Un libro de tapas azules”.
- No recuerdo el título. -la digo. y mi trabajo me sirve para lograr recuperar cierta apostura ante su presencia- ¿No sabe nada más? El autor… la editorial…
- No me llame de usted, por favor -te llamaría como tu dijeras, pensé, mientras pudiera escribir ese nombre con mi dedo en tu espalda, una y otra vez… – Me llamo Sonia.
Sonia. Y la debí mirar desde mis ojos abiertos como quien se mete el agua de un rio helado, y la vi disfrutar del poder de la correa de su mirada alrededor de mi cuello.
Sonia. Y debí haberla besado aquella misma tarde. Quizás entonces no me hubiera dejado hacerlo. Debí haber besado aquellos labios en ese mismo instante, y mis brazos debían de haberse acercado a presionar su pecho. Debía de haberla arrinconado sobre la estantería donde colocaba las ediciones de bolsillo, y haberla hecho mía contras las novelas ejemplares. Pero no hice nada. Sólo mirarla… y repetir su nombre.
- ¿Sonia?
- Si. No conozco el autor, ni la editorial. -me contesta. Y sus palabras bailan en el aire, como las notas de música en los viejos dibujos animados- Pero se que habla de dos personas que se encuentran y de un viejo libro que tiene unas características muy especiales, habla de… pasión y deseo… – Y yo desee que pusiera mi nombre delante de esas dos palabras.
- Entonces… ¿Me podría ayudar? -Ayudarla a que su cuerpo desnudo se fundiera con el mio y ambos con el aire.
- Si, claro que si. ¿Me das un par de días? -Y soñé que me bastaría un par de horas, y las sábanas serían blancas y su pelo negro se enredaría en mis dedos, y sus dientes en mi boca…
- Si, claro. Volveré pasado mañana.
Y volvió a salir por la puerta, y a irse como los sueños, como los veranos, como los atardeceres…
(continuará)