Escribió contra los totalitarismos de cualquier pelaje (fascitas, comunistas) pero su denuncia también se ajusta como un guante a la dictadura del pensamiento único, de la economía, de la imbecilidad, del aborregamiento, de la pseudointelectualidad y de la desidia. Es justo ver su 1984 como una espeluznante crítica sobre la deshumanización del hombre moderno, sobre los riesgos de que éste llegue a convertirse en un permanente anestesiado que asiste, dócil y aquiescentemente, a cualquier intromisión o coartación de su libertad. Hombre autómata, hombre esclavo, hombre obediente. Hombre acrítico que nunca pone en tela de juicio la verdad oficial, la verdad admitida, la verdad irrefutable que se le cuenta. Buen chico que no comete travesuras; esto es, que no piensa; esto es, que no molesta. Buen muchacho al que se le da una palmadita en la espalda porque siempre acaba pasando, obediente y sin formar ruido, por el aro que mejor conviene al poderoso y vigilante "Gran Hermano" de turno.
Orwell en la BBC, 1942
Libro importante y exponente de las inquietudes más profundas y universales del ser humano, es mucho lo que hay dentro de sus páginas que nos imcumbe, que nos toca de un modo particular y directo como personas. Ahora -siempre, en realidad- es buen momento para leer, si aún no lo ha hecho -no se disculpe, todos cometemos errores-, la trágica historia de Winston Smith que tiene lugar en la lúgubre atmósfera de un Londres fantasmal de 1984. Lumen acaba de poner en la calle una edición especial con traducción de Miguel Temprano García, el prólogo que Umberto Eco escribió para la edición italiana aparecida el año que da título a la obra, y una austera pero preciosa cubierta (en tapa dura, por supuesto, como es de recibo para un libro de obligada perdurabilidad).
"Lo importante no es mantenerse vivo, sino mantenerse humano", escribió Orwell. No se me ocurre mejor resumen o mejor eslogan para su 1984.