Porque una madre siempre sera Mamá, aunque sea la señora con más influencia sobre la faz de la tierra y la hija tenga más de 40. Mamá, a modo de cargo honorífico y solemne.
Y Mamá es esa mujer que cuando tiene frío, tú tienes que llevar bufanda y orejeras. Es la señora que vela por ti en la distancia, que te recuerda que apagues las luces y que no te olvides las llaves dentro de casa y tires de la puerta. Es la señora a la que no se le cae de la boca un eterno: "¡Como Dios manda!" y tantas veces lo repite que una piensa si alguna vez tuvo hilo directo con el Altísimo. La que te dice cómo se conduce aunque su contacto más estrecho con el volante haya sido al pasar el dedo por la superficie esférica y lanzarte una mirada reprobatoria que te transporta a la infancia, nuevamente...
La que te aconseja qué ropa usar, la que te dice qué te sienta bien y qué te cae como un tiro, la que reiventa el lenguaje y suelta un: "¡Ni así, ni asá!" Para la que siempre serás la niña aunque tengas tres carreras, dos máster y en el trabajo te llamen de usted. Simplemente es Mamá, ella es así. Y a Mamá no se la rechista, que para eso ejerce 24 horas al día, 7 días a la semana, 365 días al año. Y lo más paradójico es que, aunque protestes mil veces y pongas cara de: "¡La última! Es la última que le paso", en tu fuero interno sabes que no lo harás y le seguirás aguantando carros y carretas, con sonrisa de boba en la cara.
Yo pensé que había sido la única. Pensaba que mi madre era el ser con más capacidad del mundo para adelantarse a mi última trastada, cuando incluso todavía estaba en proceso de preparación. Cuando ya de mayor, si me había equivocado en algo, lo primero que se me pasaba por la cabeza era un: "¡A ver cómo se lo digo a mi madre!" Todo eso y muchas cosas más pensaba que solo me ocurrían a mí, hasta que hace unos días, me llegó el libro de la periodista, y también colega en el universo bloguero, Amaya Ascunce, "Cómo no ser una drama mámá" (Editorial Planeta). Un sugerente subtítulo: Las 101 frases de tu madre que juraste no repetir, me hizo abrir el libro y sumergirme en los capítulos que me hicieron creer que Amaya había escrito mi vida para, al final, llegar a la conclusión de que Amaya somos todas, y todos.
Y me sonreí, recordando las veces que mi madre me había soltado perlas del tipo: "Que no te lo tenga que volver a repetir", "No tires eso, que se puede aprovechar", "Como te caigas, encima te doy", "Come zanahorias, que es bueno para la vista" o el famoso "No me, no me, que te, que te...". Capitulos de su libro que bien pueden ser momentos de la vida de cualquier hijo.
Así que no sé si puede ser un buen libro para Mamá (si encima le da ideas, apaga y vámonos) o el mejor para que los hijos no se sientan, no nos hayamos sentido, alguna vez los bichos más raros del planeta Madre. Lectura, conscientemente, aconsejada. Eso sí, con una amlia sonrisa, que por otro lado... ¡está asegurada!