[6/10] La vida de Cheyenne, judío y antigua estrella de rock, es triste y aburrida. Sin ilusiones ni ganas de trabajar, con aspecto y maquillaje gótico, su existencia en Dublín es la de un cadáver con vida, la de un adolescente aturdido por muchos excesos del pasado. Pero la muerte de su padre -con el que no se hablaba desde hace treinta años- le hace vencer el miedo y volar hasta Estados Unidos. Allí conocerá los intentos de su progenitor por localizar a su torturador de Auschwitz, y decidirá continuar con esa tarea… pues también él tiene deudas pendientes que saldar. De esta manera, su viaje de búsqueda del criminal nazi se convierte en una road movie personal, en un recuerdo de aquel momento en que se convenció de que su padre no le quería… cuando, en su inmadurez, se consumió en el tormento de quien creía no tener un hogar. “Un lugar donde quedarse (This must be the place)” es una película sobre una maduración tardía, sobre un hijo que necesita el cariño paterno y la reconciliación, y también sobre la distinta manera de asumir el infierno en que a veces se convierte la misma vida.
El italiano Paolo Sorrentino imprime un estilo experimental y muy personal a la cinta, que nos hace sentir con el personaje su soledad y necesidad de afecto. Comienza de manera un poco lánguida y sin rumbo, insufrible y tremendamente aburrida, casi como la vida de su protagonista. Los primeros brochazos sirven para presentarnos a ese “artista un poco deprimido” y su peculiar entorno, con una vitalista esposa con quien juega a la pelota a mano en una piscina vacía, o con unos fans que le admiran como “figura del pasado”. Ya en tierras americanas, la película gana en hondura gracias a un Sean Penn que realiza una interpretación magistral. El actor logra transmitir vacío y aburrimiento con su cara de palo, con su dicción temblorosa y con sus andares cansinos, e incluso llega a conseguir que el espectador se compadezca del personaje y le coja cariño, que el exceso de maquillaje no le convierta en una máscara inexpresiva ni tampoco histriónica, que la historia tenga peso humano en torno a él.
La triste historia de Cheyenne se ve reflejada en unas formas artísticas que ilustran con precisión su estado anímico. Interiores vacíos y exteriores recogidos con gran profundidad de campo nos dan idea de la soledad en que se haya instalado este gótico excéntrico, mientras una fotografía de tonos fríos y un gran angular completan un panorama más bien desangelado. El director arriesga con movimientos de cámara aparatosos y con un zoom llamativo, con angulaciones forzadas y una planificación muy expresiva, con un intencionado tratamiento del sonido y ralentís que encierran una voluntad de jugar con el tiempo, con canciones unas veces de tono nostálgico y otras algo más distorsionante.
Nada es gratuito en este esteticismo formal, pues Sorrentino quiere hablarnos del paso del tiempo y de la difícil adaptación del individuo a las nuevas circunstancias de la vida (es el cambio del “mi vida será así” adolescente al “son cosas de la vida” de la madurez, dirá Cheyenne). También le interesa al director el infierno que se crea cuando uno se encierra en su mundo y se empeña en no perdonar… y el de quien gasta su vida en consumar una venganza con “armas que sirven para hacer daño”. Son diversos tipos de infiernos y también diversos tipos de asesinar… y todo eso lo descubrirá Cheyenne en su viaje por el País de Nunca Jamás (en realidad es un nuevo Peter Pan), para terminar fumándose su primer cigarrillo y saborear la felicidad de haber encontrado a su padre (aunque en realidad es a sí mismo a quien reconoce, como le dice su madre). Será una aproximación a la felicidad, donde no faltan los toques de humor y un sentido crítico-sarcástico, por ejemplo, hacia la política armamentística.
Aunque puede resultar un poco forzada la subtrama del Holocausto, sirve para establecer un paralelismo de la violencia entre pueblos e individuos, de las humillaciones por motivos raciales o de apariencia (primera causa de enemistad de padre e hijo)… y concluir que el mejor disparo es el de una cámara fotográfica, que ayude a no olvidar los desastres de la guerra nacional… y de la familiar. Sin duda, el infierno puede ser muchas cosas, y puede vivirse tanto de este lado de la alambrada como del otro… pero siempre quedará la esperanza de vislumbrar la nieve y a un Dios inmenso y hermoso que nos ayude a creer que más allá hay un cielo maravilloso. Aunque es una tragicomedia algo extraña y desconcertante, bastante barroca y parsimoniosa, a ratos errática y pretenciosa, habrá merecido la pena este descenso al aburrimiento existencial para recuperar al padre y al hijo, para encontrar un lugar en el mundo donde merezca la pena quedarse.
Calificación: 6/10
En las imágenes: Fotogramas de “Un lugar donde quedarse (This must be the place)”, película distribuida en España por Alta Classics © 2011 Indigo Film, Lucky Red, Medusa Film, France 2 Cinéma, ARP Sélection y Element Pictures. Todos los derechos reservados.