Un lugar en el mundo

Publicado el 06 julio 2010 por Jesuscortes
El sol del atardecer que inunda las ruinas donde acontece su penúltimo episodio le otorgan un caracter casi místico, trágico: un escenario de teatro griego, bañado con la luz dorada de "Das indische grabmal", "The river" y los cuentos de las mil y una noches.
Allí morirá el atribulado Davey, mil oportunidades y desvelos de quien lo creyó de fiar después, casi por error, como un niño travieso que no sabía lo que hacía y que sin embargo, momentos antes nos había parecido el más despreciable de los traidores.
Siempre lo inesperado en las películas de Nicholas Ray.
Ni siquiera esta que es su historia más madura y ajustada a un género, consigue costreñir ese ímpetu libertador de formas con los equilibrios en el alambre, con el que involuntariamente viajó toda su vida.
Otras dos escenas antológicas y complementarias, otras dos de tantas quiero decir, ilustran este singular sino.
Matt (un decidido, versátil, perdidamente enamorado James Cagney, un actor de la estirpe de Buster Keaton y Richard Barthelmess) se ha vestido con sus mejores galas para pedir la mano de Helga, la chica escandinava que quedó varada como tantos pioneros en un pequeño pueblo de camino al oeste. Allí convive con su padre, de pocas palabras, severo y apegado a lo que aún le queda: la autoridad paterna, las tradiciones de su tierra... y el ajedrez.
Como el inolvidable Will Danaher de "The quiet man", a la que toda la escena rememora, se intuye lo inevitable y a su manera, pone obstáculos.
Matt le deja ganar la partida para predisponerlo a aceptar el matrimonio. El Sr Swenson, que se sabe la estratagema, no levanta la mirada del tablero mientras "asume" su victoria. Se levanta, sube la escalera (se retira, pero cobra una posición dominante) y desde mitad del rellano asiente no sin resignación.
Matt advierte, cómo no hacerlo tras llevar toda su vida conviviendo con ella, su soledad.
En un gesto maravilloso, que pareciera sacado de los grandes Ozu o (otra vez) Ford, Matt abrevia la conversación y antes de que la tristeza pueda cubrir todo su rostro, le refiere que ya incluso tienen elegida una buena casa para vivir.
La suya.
Dura apenas un instante y no hay ni cambio ni reenfoque en el plano, pero la expresión de gratitud del viejo Swenson, que tras muchos días temiéndoselo, no se quedará sólo, cuesta expresarla con palabras. Ahí está todo Ray: las últimas oportunidades, la poesía maltrecha y el fulgor de lo auténtico.
Más tarde, en el atraco al banco y tan discretamente como vivió, se irá Swenson. Sin últimas palabras ni epitafios, su cuerpo tirado en la calle,  privado de vida tras haberle sido concedida esa prórroga de felicidad, es lo menos épico que pueda haber. La venganza, no sólo por él sino por lo que ha significado, en manos de Matt, será terrible y dolorosa, sobre todo para el propio Matt. Un extranjero, un desclasado y un antiguo forajido: América.
"Run for cover" es un monumento.
Uno de esos monumentos alejados del centro, donde rara vez hay alguien que guarda cola para visitarlo y que hasta quienes viven cerca puede que ni siquiera hayan oído hablar de él, pero que son descubiertos con asombro cada día por aventureros, despistados e incrédulos.
Situada entre sus dos películas más populares, "Johnny Guitar" y "Rebel without a cause", "Run for cover" ha quedado misteriosamente relegada a ese grupo de obras "fallidas" - y muy poco vistas de un tiempo a esta parte - de su autor, donde hay de todo, desde un epic - a ratos bellísimo, y un rato no es poco - como "King of kings" hasta "Hot blood", pasando por la "alimenticia" (curioso término despectivo para una industria) "Flying leathernecks" o la desgarrada "We can´t go home again" y otras; demasiadas y demasiado mal argumentadas sus taras, para una carrera tan fugaz."Run for cover" es, junto a la enigmática y sublime "Bitter victory", el caso más alarmante.
Inédita por su verdadero nombre en todas partes, sólo existe una edición en DVD en Estados Unidos, donde la rebautizaron (aún no he podido averiguar por qué) como "Colorado", conservando al menos su formato original en Vistavisión y su arco iris de color más o menos intacto. En Europa, sólo me constan lejanos y doblados pases televisivos.Es para mi gusto, y evitando dar más rodeos, cosa que a Ray no le gustaba, su mejor western, por encima de "Johnny Guitar" y una de sus cinco mejores películas; en mi ranking y con orden cambiante, junto a "Party girl", "Bitter victory", el mejor debut de todos los tiempos "They live by night" y "Wind across the everglades".Y la verdad, encuentro que este James Cagney (auque el mito, incluso para el Rock and Roll, sea el "sin causa" James Dean, al que Ray da cancha y trata de comprender, pero que no debería ser emblema más que de él mismo y sus conflictos) de vuelta de todo, experto, maduro pero aún capaz de encajar los golpes y encarar las oportunidades que le de la vida, es un admirable rebelde, que nunca se hace la víctima ni culpa a los demás de sus problemas, que se indigna con la injusticia tanto si se comete contra él mismo como contra quien ni siquiera conoce o quien cree conocer a pesar de las decepciones, que no busca reconocimientos públicos ni se repliega sobre sus adentros cuando no le gusta lo que ve.
No debe ser una casualidad la rima visual por la que lo vemos sentado en el porche con los pies en alto, como el Wyatt Earp fordiano, convirtiendo un trozo de madera en un revolver con una navaja, tan seguro de su capacidad para desempeñar ese oficio de sheriff que nunca pensó ejercer, como pacífico y hasta ingenuo. Ese control travestido de pasividad de los verdaderamente fuertes.
Cuando toda la comunidad cree conocerlo tras descubrir su pasado, ni se esconde ni saca a relucir un lado oculto. Es definitivamente ya otra persona y lo es sin redenciones. ¿En quién se puede depositar más confianza que en quien aprendió a valorar lo que cuesta recuperarla?
Ese río que cruza en la escena final, podría haber terminado sin el apéndice de reencuentro con Helga. La lección bien aprendida, el respeto general y las bocas cerradas. Pero no parece Ray muy interesado en el orden social y lo único que importa es que por fin alguien con quien se identifica ha encontrado lo que andaba buscando.