Un Madrid sin piropos

Por Manugme81 @SecretosdeMadri

Una de las cosas que más me impresionó al comenzar a vivir a Madrid fue observar, durante mis prolongados paseos, como muchos chicos susurraban piropos (o lo intentaban) a chicas desconocidas que se cruzaban por la calle. Algo que jamás había vivido en Pamplona, una ciudad con otra mentalidad bien diferente, y que guarda gran relación con el secreto de hoy.

Mi periplo por esta ciudad me dejó claro que lo de piropear a las chicas por la calle es algo muy arraigado entre los madrileños, algunos lo hacen con más sutileza y elegancia que otros pero os aseguro que he visto a hombres de todas las edades proferir palabras al paso de las chicas. Al instante, siempre me planteo el objetivo real de esta acción y el ratio de éxito, si es que lo hubo alguna vez.

Habrá quien le parezca un hecho de galantería y quien, por el contrario, lo reproche, mi objetivo con este post no es abrir un debate moral sobre esta costumbre. Lo que me gustaría comentaros es un hecho que guarda una relación directa con esto. Resulta que durante la Dictadura de Primo de Rivera (años 1923-1930) quedó prohibido por ley eso de piropear a las mujeres por la calle bajo penas de arresto y sanciones económicas.

El Código Penal de 1928, promulgado mediante el Real Decreto Ley anunció el propósito de conseguir “el desarraigo de costumbres viciosas” producidas por este tipo de “gestos, ademanes, frases groseras o chabacanas”. Por este motivo quedó incluido como falta el piropo “aún con propósito de galantería”. ¿Las represalias? Penas de arresto de 5 a 20 días y multas de 40 a 500 pesetas.

Fue en este momento cuando, por lo visto, el ingenio de algunos madrileños (o las ganas de desafiar, quien sabe) salió a relucir una vez más y alguno de ellos salían a la calle con pequeños cartelitos con inscripciones del tipo “so guapa” o “eres un monumento” que no dudaban en desplegar cuando lo considerasen oportuno ya que sobre las piropos por escrito no se decía nada…

En una ocasión, un periodista del ABC recordaba como en la Calle Toledo observó a un hombre portando una pizarra en la que se podía leer: “Adiós Vicenta, no te digo nada por temor a las cuarenta”. Vecinos, incluso guardias, rieron la ocurrencia del tipo.

Meses después, al instaurarse la República, esta normativa quedó anulada y los madrileños pudieron de nuevo piropear tanto como quisieron sin temor a sanción alguna, sólo a la reacción (a mi modo de entender totalmente justificada) de alguna de sus “víctimas”.

¿Un valioso tesoro escondido en el Retiro?