«Los malos tiempos terminaron de forma abrupta y todos siguieron adelante como si no hubiese ocurrido nada; pasaron página. Sin embargo, desde hace un tiempo se pregunta si lo que hicieron fue quemar el libro» (p. 303). Esta cita resume el espíritu de este libro: la vida continúa después de una experiencia traumática, pero tal vez aún quede dolor, tal vez aún se cuele por las rendijas de las actividades cotidianas, en un mensaje de correo, en un pinchazo repentino en el brazo, en una llamada de teléfono. Ann-Marie MacDonald (1958), escritora, guionista y actriz canadiense de origen libanés, ha publicado las novelas Arrodíllate (1996; Mondadori, 1999), Así vuela el cuervo (2003; Lumen, 2007) y Un mal secreto (2014; Lumen, 2017). Esta última, quizá la más autobiográfica de todas, explora las relaciones familiares, la maternidad, las transformaciones generacionales y el peso del pasado a partir de la narración de una semana cualquiera en la vida de una mujer de mediana edad; una semana cualquiera, sí, pero ya se sabe que, con la memoria, puede abarcar una existencia entera.
Ann-Marie MacDonald
Este reencuentro íntimo con el pasado tiene, por supuesto, una finalidad, o más bien una culminación, una catarsis: Mary Rose se enfrenta a sus fantasmas porque, ahora que también es madre, no quiere repetir los mismos errores que la suya. Es un motivo habitual: muchas mujeres entienden por fin a sus madres cuando adoptan este mismo rol. A propósito, hay una metáfora tan cruda como hermosa que define la relación entre madre e hija, el amor, el daño y la compasión que las une: «Su madre era una nube de tormenta, pero vivir sin cielo era imposible» (p. 291). En el fondo, vivir consiste en esto, en confiar en el futuro, en tener la esperanza de que pase la tormenta, como pasó para Mary Rose. Ann-Marie MacDonald plantea una novela slow-paced, reflexiva, precisa y con hondura, en la que las grietas de la estabilidad que ha construido la protagonista se van abriendo poco a poco, como quien se desestabiliza al escuchar de pronto una canción que lo lleva a otros tiempos. Tiene un estilo fluido, directo, que llama a las cosas por su nombre y acompaña sus meditaciones de un ligero sentido del humor; parece seguir aquella máxima de contar con claridad situaciones complejas, troceándolas para que resulten más fáciles de digerir, como diría Anne Tyler, otra gran narradora de historias familiares.En un momento dado, cuando la protagonista se encuentra estancada en la escritura de su nuevo libro, su pareja le dice: «No tiene que ser perfecto. Basta con que sea sincero» (p. 456). Lo mismo se puede aplicar a Un mal secreto: no será la novela más apasionante, ni la más ingeniosa, ni la más original, pero, desde luego, hay mucha verdad en sus páginas.