Un mal secreto - Ann-Marie MacDonald

Publicado el 06 marzo 2017 por Rusta @RustaDevoradora

Edición:Lumen, 2017 (trad. Ana Mata Buil)Páginas:536ISBN:9788426403810Precio:22,90 € (e-book: 9,99 €)
«Los malos tiempos terminaron de forma abrupta y todos siguieron adelante como si no hubiese ocurrido nada; pasaron página. Sin embargo, desde hace un tiempo se pregunta si lo que hicieron fue quemar el libro» (p. 303). Esta cita resume el espíritu de este libro: la vida continúa después de una experiencia traumática, pero tal vez aún quede dolor, tal vez aún se cuele por las rendijas de las actividades cotidianas, en un mensaje de correo, en un pinchazo repentino en el brazo, en una llamada de teléfono. Ann-Marie MacDonald (1958), escritora, guionista y actriz canadiense de origen libanés, ha publicado las novelas Arrodíllate (1996; Mondadori, 1999), Así vuela el cuervo (2003; Lumen, 2007) y Un mal secreto (2014; Lumen, 2017). Esta última, quizá la más autobiográfica de todas, explora las relaciones familiares, la maternidad, las transformaciones generacionales y el peso del pasado a partir de la narración de una semana cualquiera en la vida de una mujer de mediana edad; una semana cualquiera, sí, pero ya se sabe que, con la memoria, puede abarcar una existencia entera.Mary Rose MacKinnon, apodada Míster (en principio por las iniciales de su nombre, pero no es baladí que desde su niñez haya encarnado el rol típicamente asociado a los hombres), vive con su compañera Hilary y los dos hijos de ambas, aún pequeños. Es escritora, aunque desde que los niños irrumpieron en su vida le cuesta robar minutos al reloj para sentarse a escribir la última parte de su trilogía. Hilary trabaja fuera de casa, así que a Mary Rose, pese a no ser la madre biológica, le corresponde el rol de la madre ama de casa que está pendiente de las criaturas. El lunes en el que comienza esta historia, Hilary está de viaje y Mary Rose se encuentra en el hogar, intentando hacer sus tareas sin quitarle ojo a la niña. Todo en orden; al menos, todo el orden que se puede tener cuando se tienen dos hijos y una aún no va al colegio. Un mensaje de su padre, sin embargo, aviva un viejo conflicto que parecía superado: después de ver un documental sobre parejas homosexuales en el que ellas aparecen, le expresa su orgullo por ser un referente para los jóvenes. Bonito, sí, pero Mary Rose no sabe qué responder. También la desconciertan las llamadas de su madre, sus cada vez más frecuentes despistes. Y, además, siente un dolor en el brazo, un dolor que arrastra desde la infancia. Porque, aunque ahora su vida parezca perfecta, no siempre fue así.Ann-Marie MacDonald se sirve de dos traumas, uno físico (una enfermedad ósea de difícil diagnóstico) y otro emocional-identitario (el rechazo inicial de los padres cuando reveló su homosexualidad) para construir una novela en la que la protagonista necesita cerrar capítulos y rendir cuentas para superar ese mal secreto («Tal vez por eso nos guardamos ciertas cosas y no las contamos a los demás; para poder ocultárnoslas también a nosotros mismos», p. 429). Uno de los logros de la teoría queer es que, desde finales del siglo XX, han proliferado los autores que exploran la identidad sexual de gais y lesbianas, en muchos casos con una gran calidad literaria —solo por mencionar a algunos anglosajones como MacDonald: Jeanette Winterson, Colm Tóibín, Ali Smith, Michael Cunningham, Tom Spanbauer, Sarah Waters y Hanya Yanagihara— . De entre la variedad de enfoques, el de MacDonald es, probablemente, uno de los más realistas, dado que pone el foco en la cotidianeidad de la pareja y, de forma inteligente y sutil, contrapone este nuevo modelo familiar con el llamado tradicional de sus padres.La relevancia del pasado no solo atañe al secreto en sí, sino que sirve para enfatizar los contrastes entre dos situaciones paralelas: por un lado, la maternidad de Mary Rose en el presente; por el otro, la maternidad de su madre en el pasado, narrada en fragmentos breves, diferenciados con otro cuerpo de letra, y a través de los recuerdos de su hija.Ninguna maternidad, sobra decirlo, fue fácil. La madre de Mary Rose, esa mujer que está perdiendo la memoria justo cuando la hija necesita reconstruir el pasado, tuvo embarazos complicados, dio a luz a un bebé muerto y otro falleció al poco de nacer. También tuvo tres hijos sanos, unos hijos que se criaron con una madre depresiva («Ella podría ser cualquier persona. O nadie. Se queda quieta, y el tiempo transcurre a su alrededor», p. 61) y un padre que intentaba sobrellevarlo como podía. En cuanto a Mary Rose, representa los rasgos contemporáneos de las nuevas familias, como el hecho de convertirse en madre a una edad más avanzada, de no ser madre biológica, de haber recurrido a la inseminación artificial o de lidiar con mil responsabilidades cuando se trabaja desde casa con niños de por medio (el hecho de narrar su historia en tiempo presente potencia esa sensación de actualidad, de haber llegado a un punto en el que puede hablar con total naturalidad de su relación). Tanto en Mary Rose como en su madre se observa, además, la voluntad de abordar sin tapujos los desarreglos del cuerpo de las mujeres: en un caso, por los embarazos de riesgo; en el otro, por las revisiones ginecológicas para controlar unos quistes ováricos. En este sentido, se trata de una de las novelas más claras y francas que se pueden leer sobre estos temas; y no son cuestiones gratuitas, sino que se integran de manera magistral en el conjunto, que en cierto modo se puede leer como el proceso de construcción de identidad de Mary Rose.

Ann-Marie MacDonald

Este reencuentro íntimo con el pasado tiene, por supuesto, una finalidad, o más bien una culminación, una catarsis: Mary Rose se enfrenta a sus fantasmas porque, ahora que también es madre, no quiere repetir los mismos errores que la suya. Es un motivo habitual: muchas mujeres entienden por fin a sus madres cuando adoptan este mismo rol. A propósito, hay una metáfora tan cruda como hermosa que define la relación entre madre e hija, el amor, el daño y la compasión que las une: «Su madre era una nube de tormenta, pero vivir sin cielo era imposible» (p. 291). En el fondo, vivir consiste en esto, en confiar en el futuro, en tener la esperanza de que pase la tormenta, como pasó para Mary Rose. Ann-Marie MacDonald plantea una novela slow-paced, reflexiva, precisa y con hondura, en la que las grietas de la estabilidad que ha construido la protagonista se van abriendo poco a poco, como quien se desestabiliza al escuchar de pronto una canción que lo lleva a otros tiempos. Tiene un estilo fluido, directo, que llama a las cosas por su nombre y acompaña sus meditaciones de un ligero sentido del humor; parece seguir aquella máxima de contar con claridad situaciones complejas, troceándolas para que resulten más fáciles de digerir, como diría Anne Tyler, otra gran narradora de historias familiares.En un momento dado, cuando la protagonista se encuentra estancada en la escritura de su nuevo libro, su pareja le dice: «No tiene que ser perfecto. Basta con que sea sincero» (p. 456). Lo mismo se puede aplicar a Un mal secreto: no será la novela más apasionante, ni la más ingeniosa, ni la más original, pero, desde luego, hay mucha verdad en sus páginas.