Seguro que han oído este cuento cuando eran pequeños. Pero probablemente les contaron la versión más benévola en la que la abuelita se esconde en el armario y Caperucita Roja se salva de convertirse en la siguiente comida del Lobo Feroz, gracias a la aparición de un valiente cazador.
En esa interpretación todos terminan felices y contentos. Pero la verdad es que así no acaba este cuento que originalmente fue de trasmisión oral en la Europa y medio Oriente de los años 1600.
En realidad era muy distinto y mucho más siniestro. Durante años ha sido objeto de estudio por parte de académicos, antropólogos y psicólogos.
En principio, este es un texto cristiano de época, que relata la trayectoria del ser humano desde una supuesta inocencia infantil hacia el universo adulto y maduro. Se dan ciertas acciones de personas inescrupulosas (metaforizadas en la figura del lobo), que llevan a Caperucita Roja a perder su inocencia.
En este cuento, también hay una clara referencia a un pasaje muy winnicottiano. Desde un estado, el de la niña que no puede jugar, a otro estado en el que sí puede hacerlo. Derrotero saludable en el que el personaje pasa del miedo que le impedía jugar, a hacer del horror un juego compartido con los demás.
"Caperucita Roja había aprendido la lección. Prometió a su Abuelita no hablar con ningún desconocido que se encontrara en el camino. De ahora en adelante, seguiría las juiciosas recomendaciones de su Abuelita y de su Mamá".
Seria recomendable, amigos lectores, que tuvieran en cuenta este cuento, todos estamos perdidos en un bosque en un momento de nuestras vidas.
Y, al igual que la niña del cuento, todos hemos sido elegidos para morir...