El encuentro entre Sabina Spielrein, Carl Jung y Sigmund Freud ofrece dos flancos de explotación a la Cronenberg. Por un lado, la relación -primero terapéutica, luego personal- entre la joven mujer y el ascendente psiquiatra suizo evoca el ejercicio voyeurista propuesto en Crash.
Aunque con una cámara menos intrusiva, el director se detiene especialmente en algunas aristas del comportamiento sexual humano, sobre todo en el delgado límite entre las conductas pretendidamente sanas y patológicas. Spielrein y Otto Gross le vienen como anillo al dedo para introducir el tema de las prácticas perversas que seducen en más de un sentido al culpógeno Jung.
Por otro lado, el vínculo profesional entre Carl y Sigmund evoca el tema de la competencia extrema. Aquí también los modos de la Belle Epoque disimulan la ferocidad de la rivalidad que Cronenberg retrató en Una historia violenta y en Promesas del Este. Seguro, el psicoanálisis y la mafia no tienen nada en común, pero en su defensa de la profesión el Freud que encarna Viggo Mortensen parece regirse por el dogmatismo y verticalismo de un Padrino.
Por momentos, da la sensación de que Cronenberg no puede con ambos ejes temáticos a la vez. Los escasos cruces (de palabras) entre Sabina y Sigmund justifican con poca consistencia la propuesta de triángulo pasional que pretende superar la instancia anecdótica de amores y rivalidades, y meterse con los conceptos de psiquis, líbido, represión, destrucción entre otros.
La sobreactuación de Keira Knightley juega en contra de una película incapaz de revertir los reparos de algunos espectadores frente al cine de Cronenberg. La limitación es nuestra: Un método peligroso es un producto fiel a su autor además de potencialmente atractivo para los aficionados al mundo psi.