Publicado originalmente en NEVILLE: elogio-de-la-frivolidad-castle
Hay series que se ven y series que se miran. Uno no puede ponerse a planchar, a ojear una revista o a jugar con el gato con Mad Men o Boardwalk Empire. Son ejercicios tan minuciosos de dramaturgia y puesta en escena que demanda una atención superior, es dudoso incluso que sean series, alejadas voluntariamente de los modismos del medio hasta acercarse a una suerte de novelística audiovisual. Tampoco los absorbentes giros y revueltas sobre si mismos, los finales infartantes y las revelaciones de última hora de Breaking Bad,Homeland, Sons of Anarchy o el primer Dexter, son recomendables. Son televisión pura, estas sí, de lógica serial y mecánicas para mantener pegado al espectador. No es que ellas necesiten atención, es que tú necesitas atenderlas.
Ficciones autoconclusivas que te permiten entrar y salir a voluntad de las mismas, donde el tiempo no pasa más que muy lentamente –se llevan 5 temporadas de emisión pero como si todas fuesen la misma- y todo se resuelve hasta la próxima entrega. Cincuenta minutos de ligereza que no ofende. Material agradable que no te hace sentir más idiota cuando se termina.
Uno se imagina que los libros que se supone escribe Richard Castle son como la serie misma que protagoniza y se siente entonces pirandelliano, posmoderno y leído. Una ficción sobre un escritor que ejerce de “detective consultor” de la policía de Nueva York y vive una constante tensión sexual no resuelta –sin la mordacidad de Luz de luna, una cosa como platónica “si es/no es”- con la atractiva, que menos, inspectora Kate Beckett que lo tiene al cargo, y la cual no es otra que el alter ego de la nueva protagonista de sus novelas. Como otras serie recientes tipo Bones, El mentalista, en las mismas variaciones de CSI o en producciones bastante anteriores como Remington Steele, Castle también es un recuento de la cultura popular (norteamericana) de la segunda mitad del
Castle en su timba de poker junto a los novelistas reales Stephen J Cannell, James Patterson y Michael Conelly.
Siglo XX y el comienzo del XXI, la edad de la referencias (lo mismo cómplices que oscuras), que pasa revista a los comics, la ciencia-ficción, los videojuegos, las subculturas, la literatura negra y la televisión misma en un tropo especular. La cultura pop reflejando y alimentándose de la cultura pop.
Pero todo con un tono dicharachero que hacen de Castle, un producto más sutil y sofisticado de lo previsible, un pasatiempo ingenioso, que es como una forma menor y fulgurante de la inteligencia, sin pretensiones y con un punto juguetón de autoconsciencia que te permite participar de la broma sin restregártela por la cara. Así, por mucho que Beckett y Castle se encuentran a las puertas de alguna muerte agónica capítulo sí, capítulo no, tú sabes que aquello es de mentirijillas y de alguna manera, en el último minuto, serán rescatados. Deux ex machina para todos y a por el siguiente misterio.