Veamos, la SGAE es una entidad muy muy antigua, creada con el loable empeño de aglutinar a los autores y gestionar sus derechos, todo ello al amparo de una Ley de Propiedad Intelectual de finales del siglo XIX, seguida de otras similares promulgadas en el siglo XX.
El precedente a esa legislación hay que buscarlo en la Convención de Berna para la Protección de las Obras Literarias y Artísticas, convocada en 1886 por iniciativa de Victor Hugo (autor de los primeros éxitos de ventas internacionales), que marcó un momento decisivo en la globalización del derecho de autor y donde se sentaron las bases del panorama actual.
El canon digital que levanta ahora tantas ampollas, existe en realidad desde hace décadas. Os aseguro que cuando yo era adolescente y compraba una cinta de cassette "virgen", el precio ya incluía una cantidad para la SGAE (igual que cuando se compraba una fotocopiadora, por ejemplo).
En definitiva, lo que ha intentado el legislador durante el último siglo ha sido construir un sistema legal que permita a los autores obtener unos ingresos por sus creaciones (como cualquier trabajador). En ese sentido, la SGAE se parece más a un sindicato que a otra cosa.
Pero vivimos tiempos de cambio, nos guste o no nos guste. Las nuevas tecnologías están cambiando el mundo y no queda más remedio que aceptarlo. Las nuevas sensibilidades sociales crean nuevas necesidades y la SGAE no puede ser una isla. Resulta que el actual modelo de gestión se resiste a aplicar los cambios necesarios para, por ejemplo, cumplir con la normativa sobre competencia (existe un informe de la Comisión Nacional de Competencia de enero de 2010 que evidencia que el sistema por el que se rigen las entidades de gestión en España resulta nocivo para el desarrollo del mercado).
Si todo este panorama ya era suficientemente complejo hace apenas una semana, ahora añadimos la investigación sobre el presunto desvío de fondos de la SGAE a sociedades satélites, el presunto fraude a la Hacienda, el presunto fraude a los autores, ... ¡apaga y vámonos!
Conclusión: siempre defenderé la posibilidad de que los autores puedan obtener beneficios económicos de sus creaciones artísticas e intelectuales. Ahora bien, la forma de gestionar esa posibilidad pasa necesariamente por redefinir algunos conceptos (Ley Sinde incluída) y, sobre todo, plantearse la conveniencia de poner fin al modelo actual (SGAE incluida). Ees decir, no propongo un sistema de "gratis total", pero apuesto por dar entrada a sistemas de copyleft, por poner un ejemplo.