Estos objetos rocosos o metálicos orbitan alrededor del Sol, generalmente entre los planetas Marte y Júpiter, aunque algunos tienen órbitas más allá de Saturno y otros se acercan más al Sol, como Òumuamua´. Se les considera “planetas menores o enanos” en función de su tamaño, como Ceres, un asteroide de más de 1.000 kms. de diámetro y en cuya superficie se aprecian cráteres, criovolcanes, depósitos de hielo y sales, grietas y montañas, algunas de hasta cinco kilómetros de altura (Ahuna Mons). Otros, en cambio, son pequeños y en ocasiones se estrellan contra la atmósfera de la Tierra, encendiéndose y transformándose en meteoritos. Sin embargo, también pueden estallar, como el que, en febrero de 2013, chocó contra la atmósfera y explotó sobre la ciudad rusa de Cheliábinsk, provocando un gran susto a sus habitantes a causa del ruido que produjo su desintegración.
Esta vez se nos ha escapado el primer objeto interestelar que ha tenido oportunidad de conocer la Humanidad, pero con seguridad no será la última. Es cuestión de continuar escrutando las estrellas, como siempre ha hecho el ser humano desde los tiempos de las cavernas.