Un mundo aparte, de Gustaw Herling-Grudzinski

Por Ninyovampiro @ninyovampiro

La literatura del horror, aquélla que salió de los campos de concentración nazis, de los horrores de la guerra, o del gulag soviético, constituye un género en sí mismo. Cuando reseñé, hace ya tiempo, La noche, de Elie Wiesel, me pregunté hasta qué punto se puede juzgar la calidad literaria de una obra cuyo valor principal es su calidad de testimonio; una obra que, por muy bien escrita que esté, no sería nada si lo que nos contara no fuera la verdad de la experiencia. No llegué a ninguna conclusión, pero me apetecía repetir mis sesudas reflexiones.
Dicho lo cual, añadiré que con Un mundo aparte, la respuesta está clara: además de ser un impresionante documento, y estar extarordinaramente bien escrito, va más allá del libro de testimonio o de historia, y, como dice Semprún en el prólogo, este libro "es literatura. Lleva el sello, la firma, la huella que no traiciona a un verdadero escritor. No solamente es sincero y auténtico en lo que se refiere al contenido histórico (...). Es auténtico también con respecto a las formas de la literatura, a los valores, orales y culturales de una relación transparente, compleja y rica con la literatura".
La típica "foto del autor" en la Unión Soviética
A principios de 1939, La Unión Soviética entró en negociaciones con Gran Bretaña, Francia, Polonia y Rumanía con el fin de establecer una alianza contra la Alemania nazi. Las negociaciones fracasaron cuando la Unión Soviética exigió derecho de tránsito para sus tropas a través de los territorios polaco y rumano. Como un amante despechado, los rusos firmaron entonces el Pacto Ribbentrop-Molotov, el infame tratado de no agresión entre nazis y soviéticos. Una semana después de la firma del tratado, el ejército del Tercer Reich invadía Polonia desde el norte, sur y oeste. El este se lo dejaban a la Unión Soviética, que el 17 de agosto invadió y se anexionó esos territorios. Más de 200.000 polacos fueron capturados y hechos prisioneros de guerra. En 1940 Herling-Grudzinski, que formaba parte de una organización de la resistencia polaca y luchaba contra los alemanes, fue arrestado por la NKVD y enviado a Siberia por espionaje.
Un barracón de mujeres
Publicado en Gran Bretaña diez años antes que Un día en la vida de Iván Denisovich, Un mundo aparte fue uno de los primeros libros sobre el gulag. Al igual que la obra de Solzhenitsin, este libro fue denostado por los prosoviéticos y democráticamente censurado, por el daño que podía causar a los comunistas, en países como Italia o Francia, donde no se publicó hasta 1985. La sombra de Sartre era alargada. La dignidad, muy corta.
Ser enterrado en vida con suficiente aire para respirar y alargar tu agonía, ser lanzado a un pozo y vivir de los huesos roídos que te lanzan de vez en cuando, tal era la vida de los prisioneros del gulag. De hecho, creo que me quedo corto, dado que además de ese suplicio, los presos tenían que dejarse la vida trabajando doce horas al día, a una temperatura que en invierno no subía de -30º, y vestidos con harapos. No sorprenderá que las referencias a Apuntes de la casa muerta sean constantes. De hecho, cada capítulo se abre con una cita del libro de Dostoievski, evidenciando así, si es que hacía falta, que ochenta años y una revolución más tarde, nada había cambiado en Rusia.
Los niños del gulag, hijos de traidores a la patria
La vida -por decirlo así- en el campo estaba regida por una combinación del refinado sadismo soviético (condenas a diez años que el último día de cumplimiento son prorrogadas otros diez) y la brutalidad más animal. En la jerarquía del gulag, el preso político sólo estaba por encima del moribundo, ese que ya no sirve para trabajar y que, desahuciado, es enviado al Mortuorio, un barracón donde ya no se les obliga a trabajar, y se les deja pudrirse entre escorbuto, pelagra y simple inanición. Por encima de los presos políticos estaban los delincuentes comunes, de los cuales sólo unos pocos, los que demuestren ser reincidentes y completamente inservibles para la vida en libertad, alcanzan la categoría de urka, quienes junto con los bezprizornys, delincuentes menores de edad, formaban "la más temible de las semilegales mafias rusas".
El urka es toda una institución en el campo, el segundo cargo más alto después del jefe de guardia; es él quien decide sobre el valor y la corrección de pensamiento de los miembros de su brigada; a menudo se le encomiendan funciones de la máxima responsabilidad, asignándole, en caso de necesidad, un ayudante (...), por sus manos pasan todos los "capullitos", muchachos no iniciados en el sexo, recién llegados antes de que acaben enlas camas de los jefes oficiales (...). Se trata de hombres que piensan en la libertad con la misma repulsión y el mismo miedo con que nosotros pensamos en el campo.
Soy espía inglés, francés, americano, japonés, italiano, alemán, y de algún otro país...
El libro es una amalgama de memorias, ensayo, historia y relatos, aunque estos últimos están siempre basados en  hechos reales. Hay episodios espeluznantes, como "Caza nocturna"; donde el autor es testigo de una violación en grupo, y de la posterior relación de dependencia, casi de idolatría, que se establece entre la víctima y el líder del grupo.
En todos los episodios, los retratos de los prisioneros son excelentes y sus historias, desgarradoras. Una de ellas es la del prestiogioso actor Mijaíl Stepánovich V:
Había en él la humildad de un hombre educado para obedecer y respetar cualquier poder: la disciplina de un ciudadano modelo. Incluso cuando me contaba que lo habían detenido en 1937 por acentuar exageradamente en una película la nobleza de un boyardo de Iván el Terrible, no se permitió esbozar una sola sonrisa, ni siquiera la más leve, y en su rostro se dibujaba la misma gravedad que si relatase un auténtico crimen. "Han hecho lo correcto, Gustaw Yosífovich -repetía-, han hecho lo correcto."
Niños trabajando en la Prisión de Solovki (1933), que Solzhenitsin llamó "la madre del Gulag"
Una de las historias más estremecedoras es sin duda la de Mijaíl Alekséivich Kóstylev, un comunista hasta la médula. Para su mal, Kóstylev descubrió un buen día la literatura, y tras conocer a Flaubert, Musset o Constant, "descuidó sus estudios, se saltó varias reuniones del partido, [y] se encerró en sí mismo."
Caí enfermo de añoranza de algo indefinido -me decía mientras acariciaba con la mano sana su angulosa cabeza rapada-, respiré un aire diferente, como alguien que, sin saberlo, había vivido ahogándose durante toda su vida.
Esta afición por la literatura extranjera lo lleva al arresto y a dar con sus huesos en el campo de Yértsevo. Kóstylev es una de las incontables víctimas de la revolución traicionada, uno de tantos miles de entusiastas idealistas y devotos marxistas cuya fidelidad fue recompensada por el Partido con la tortura, las palizas, la confesión ficticia, el exilio siberiano y la muerte en vida. Pero Kóstylev, como el inolvidable Rishik de El caso Tuláyev, es más fuerte que ellos. No está dispuesto a entregarles su trabajo ni su sudor, y para ello esta dispuesto a... El capítulo dedicado a él se titula "La mano en el fuego".

La suerte de Herling-Grudzinski cambió el día que Hitler le obligó a Stalin a quitarse la venda de los ojos. Con la invasión de Rusia, de la noche a la mañana los alemanes pasaban de ser aliados a enemigos, y un mes más tarde decenas de miles de prisioneros polacos se veían favorecidos, en virtud del Acuerdo Sikorski-Mayski, con la amnistía. Esta amnistía, no obstante, fue muy sui generis, y de hecho en muchos casos no llegó a aplicarse. Cuando Grudzinski se dio cuenta de que, en su caso, el acuerdo se convertía en agua de borrajas, decide, junto a un grupo de prisioneros polacos, iniciar una huelga de hambre con el fin de forzar a la dirección del campo. La huelga de hambre, huelga decirlo, implica también la negativa a trabajar.
La negativa a trabajar se castiga con el fusilamiento instantáneo, sin juicio; en algunos campos se desnuda por completo al preso y se lo deja a la intemperie hasta que da su brazo a torcer o bien hasta que muere.
Retorno al gulag
Probablemente a Grudzinski lo salvó su condición de polaco, así como el nerviosismo y desconcierto que el inicio de la Guerra Ruso-Alemana habían sembrado entre los oficiales soviéticos. Encerrado en la celda de aislamiento, se negó a abandonar la huelga de hambre hasta que se le permitiera escribir una carta al representante de Polonia ante el gobierno soviético. Se lo jugó todo a una carta y le salió bien. Tras dos años en el gulag, le permitieron abandonar el campo (el término liberación tendría aquí unas connotaciones casi sarcásticas). Se despide de sus compañeros, a los que sabe que jamás volverá a ver con vida.
Yo me sentía fatal. Dante no sabía que no existe en el mundo sufrimiento mayor que experimentar la dicha ante los desdichados, que comer en presencia de los hambrientos. Los abracé en silencio.
Y todavía queda su regreso a la sociedad, su relación con una revolucionaria de pro que le dice que su experiencia es mentira yque en la URSS no se hacen esas cosas, y su integración en uno de los regimientos formados por los antiguos presos polacos.
Un mundo aparte es apasionante y estremecedor de principio a fin, y el epílogo, en el que el autor nos narra su encuentro en la Roma liberada con un antiguo compañero de barracón, es tristísimo, desolador y magistral. Como documento histórico, este libro no tiene precio, pero son escenas como ésta lo que hacen de él una gran obra literaria.