El Día Mundial de la Alimentación (DMA) 2018 exige repensar nuestras acciones cotidianas para corregir el rumbo del planeta de cara al futuro.
Con el tema: “Nuestras acciones son nuestro futuro. Un mundo #HambreCero para 2030 es posible”, la celebración del DMA hace un llamado global a la acción —individual, grupal y colectiva— para generar los cambios que se precisan en la construcción de un mundo libre del hambre y de todas las formas de malnutrición. Es decir, un mundo que reconozca y privilegie, con políticas públicas para todos y todas, el derecho a la alimentación, la seguridad alimentaria y la nutrición.
A poco menos de 12 años del límite aprobado por las Naciones Unidas hacia la consecución de los objetivos de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, varios desafíos mundiales activan las alarmas en busca de articular esfuerzos, propiciar alianzas en un frente común y cerrar las brechas que atentan contra el logro de esas metas.
Elaborado por varias agencias de la ONU y presentado oficialmente este 11 de septiembre en la sede de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en Roma, el nuevo informe sobre El Estado de la Seguridad Alimentaria y la Nutrición en el Mundo (SOFI) 2018 advierte que —por tercer año consecutivo— las estadísticas globales del hambre aumentaron. Ello significa que unos 821 millones de personas en nuestro planeta (1 de cada 9) van a la cama con hambre, de ellos 39,3 millones lo hacen en América Latina y el Caribe.
Y mientras los índices de subalimentación y de inseguridad alimentaria grave se incrementaron en 2017, también lo hizo la obesidad. En nuestra región, por cada 4 seres humanos hay uno obeso. A esa lista de retos se incorporan otros que inciden directamente sobre los primeros: los conflictos y los efectos del cambio climático.
La ruta para erradicar el hambre apunta también, de modo especial, a la solución de las desigualdades sociales, acentuadas por la concentración de la riqueza en una minoría. Desterrar el hambre de nuestro planeta implica, necesariamente, eliminar las brechas de esa desigualdad. Máxime cuando producimos alimentos suficientes para todos los estómagos de la Tierra, pero una parte importante no puede acceder a esos productos debido a múltiples factores. Por otro lado, se sigue desperdiciando o perdiendo un tercio de los alimentos para el consumo humano; un hecho impermisible y con un elevado costo social, económico y ambiental.
Se requiere entonces de políticas sólidas que protejan, en primer lugar, a esos 821 millones de personas que hoy sufren hambre y a toda la población mundial. No hay Agenda 2030 sin Hambre Cero. Pero no solo están en juego metas internacionales justas, está en juego el futuro de nuestra especie.
De manera que el mundo llega al DMA 2018 con una agenda gruesa de desafíos, urgida de la voluntad política de cada gobierno y del autocompromiso de cada habitante —de cualquier edad, formación, lugar o cultura— para redoblar esfuerzos y demostrar que la Generación Hambre Cero es posible. Además de ser digno y legítimo aspirar a ella, resulta sobre todo un deber colectivo construirla.
Cuba, en cambio, vive desde finales de agosto su Jornada por el Día Mundial de la Alimentación con muchos motivos para celebrar: aquí el hambre no es un problema y sí una ocupación permanente en la agenda gubernamental y parlamentaria; el país fortalece su seguridad alimentaria y avanza en el camino hacia la soberanía en este ítem.
El Plan de Autoabastecimiento Municipal (PAM), desarrollado por el gobierno con el apoyo de la FAO, es un buen ejemplo y una realidad innovadora en América Latina y el Caribe, toda vez que promueve arreglos locales de seguridad alimentaria y nutricional en la medida en que la producción agrícola vincula una meta de 30 libras por persona al mes a un balance de la necesidad de una dieta sana. Asimismo, incentiva un mayor respaldo productivo para garantizarle al pueblo el acceso a esa dieta de calidad. Por otra parte, el Proyecto de Nueva Constitución ratifica a la alimentación como una prioridad política y un derecho universal de cubanas y cubanos.
También la Isla prioriza, mediante la Tarea Vida, la vigilancia y la resiliencia para mitigar los efectos derivados de la variabilidad y las condiciones extremas del clima, los cuales tensan a escala mundial la producción de alimentos. La preparación y respuesta ante el huracán Michael demuestra, una vez más, la importancia que Cuba le concede a este tema.
Otra conquista social y política plausible de la nación es el empoderamiento de las mujeres, como expresión tangible del respeto a sus derechos. Razón por la cual, con la celebración este 15 de octubre del Día Internacional de la Mujer Rural, Cuba suma aún más motivaciones para sentirse orgullosa de sus logros. Aquí se hace realidad una máxima defendida con particular fuerza por nuestra agencia en América Latina y el Caribe: “Mujeres Rurales, mujeres con derechos”.
La FAO reconoce los resultados del país en cada uno de los tópicos referidos e invita a la población en general a asumir este DMA, desde la esencia misma de su lema, como celebración de todos y todas: cada acción, por pequeña que pueda parecer, cuenta; el mañana de la seguridad alimentaria en el mundo depende del hoy que sepamos crear de conjunto.
El Día Mundial de la Alimentación deviene una gran lupa que visibiliza senderos por construir y caminos por transitar juntos. Es hora de mirarnos, mediante esa lupa, y revisar qué podemos hacer para que el futuro cuente también. Este DMA, en particular, es un convite a la acción para asumir el Hambre Cero como un cambio de mentalidad y de comportamiento, como un estilo y una filosofía de vida.
Porque “Nuestras acciones son nuestro futuro. Un mundo #HambreCero para 2030 es posible”.
(Tomado de Cubadebate)