¿Qué está pasando en este mundo, donde los políticos nunca son ejemplares, son peores que los pueblos que gobiernan, aplastan a sus respectivos pueblos, están infectados de corrupción, se alejan de la democracia y exhiben impúdicamente comportamientos propios de dictadores desalmados y de forajidos?
A juzgar por las causas judiciales abiertas y los procesos de investigación en marcha, algunos parlamentos democráticos occidentales son hoy verdaderas cuevas donde se refugian demasiados malhechores aforados. La política, en manos de ese tipo de gente, se ha convertido en una pocilga.
La única respuesta creíble es que el poder ha sido tomado en todo el mundo por peligrosas castas de rufianes desalmados, sin sentido alguno de la ética y minados por la avaricia, el egoísmo y la arbitrariedad. No existe otra respuesta que explique el extraordinario fenómeno que los ciudadanos viven en los tiempos presentes, donde el Estado, que se ha olvidado del bien común y solo beneficia a los políticos y a las clases dominantes del poder económico, se ha convertido en el auténtico enemigo del pueblo.
Algunos pueblos, cansados de soportar injusticias, se alzan contra sus gobiernos, pero en lugar de encontrar enfrente a líderes sensibles que dimiten al sentirse rechazados, se enfrentan a dementes que se aferran al poder y que no dudan en lanzar a la policía y el ejército contra sus ciudadanos, matándolos, incluso, como si fueran terroristas. Ese tipo de lucha, que apenas ha comenzado y que se convertirá en el eje político y social del siglo XXI, se está dando ya no solo en los países de la primavera árabe (Túnez, Egipto, Libia, Siria, etc.), sino también, aunque todavía con menos intensidad, en algunas democracias degradadas de Occidente, donde los ciudadanos se sienten víctimas de castas políticas y gobiernos abusivos y adictos a la corrupción, a la impunidad y al privilegio.
Esos enfrentamientos son síntomas visibles de esa tercera guerra mundial que enfrenta a ciudadanos contra gobiernos que han dejado de ser democráticos, que ya no están al servicio del interés general y que han decidido beneficiar mas a las grandes oligarquías mundiales que a sus propios ciudadanos.
Detrás de ese drama, signo de nuestro tiempo, está la ausencia de ética y de valores y la influencia de unas clases políticas que han optado por el pragmatismo y el poder, sin someterse a los grandes valores que mantuvieron firme, durante muchos tiempo, a la civilización. Esos políticos de nuevo cuño, verdaderos rufianes con coches oficiales, saben que se gobierna mejor a pueblos incultos, confundidos y divididos que a verdaderos ciudadanos pensantes, responsables y reflexivos, razón por la que han convertido el poder en una fábrica de estúpidos que, a pesar de que están siendo maltratados como ciudadanos, siguen votando a sus políticos-verdugos.