Patricia Esteban Erles
Seguramente le molestaba que ella siguiera siendo tan lista, tan joven, tan guapa sin necesitarlo para nada. Le molestaba que le dijera que no, que no quería que la llevara a casa, que no iban a ir juntos a ninguna parte, ni esa noche ni ninguno de los días del resto de su vida.
Miro las fotos de esta chica y siento su muerte como una derrota. Ella debería haber podido decir que no y seguir siendo respetada.
No se mata a alguien porque no te quiera, es necesario entenderlo, hacer que lo entiendan aquellos capaces de esconderse en un rellano y esperar a alguien que no sabe que ya está muerta, que no habrá piedad solo porque se atrevió a negarse, a reivindicar su deseo de no seguir con una relación.
Deberían educarnos en el no, en su existencia, en la alta probabilidad de que nos lo digan más a menudo de lo que nos gustaría. La vida está plagada de ellos, un cincuenta por ciento de posibilidades se llaman así, "no" rotundo, hachazo a nuestras expectativas, a los deseos más íntimos que albergamos.
Me da pavor pensar que él era un hombre joven, con formación, seguramente un intachable profesional de lo suyo, pero también un individuo con toda la sangre fría del mundo para esperar entre las sombras el tiempo que hiciera falta con tal de cumplir su deseo y matar a una mujer a la que en teoría había amado.
Pero hay más cosas que me parecen terribles en este caso. La voz de Ana María no se escuchó cuando dijo que no, él no quiso oírla. Tampoco cuando gritó, ya herida por su asesino, llamando a su madre. Qué mundo es este en el que los vecinos siguen durmiendo si una chica chilla rota por dentro en medio de la noche, en lugar de levantarse y descolgar el teléfono, para llamar a quien haga falta llamar...
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