Un oasis en la selva

Por Noeargar
Ubud, Indonesia. 10 de noviembre 2011
Algo desorientados ponemos al fin pie en tierra después de dos noches seguidas durmiendo en autobuses; entre medias una visita relámpago a los tapizados jardines de las torres Petronas, una incómoda mesa del McDonalds y 4 butacas por persona en la terminal de autobuses. Es noche cerrada pero las calles están generosamente iluminadas, los taxistas no regatean, las escobas tienen palo y no hay pollos por la calle. Todo indica que acabamos de llegar a Singapur, la ciudad del león, situada estratégicamente en el punto más austral del Asia continental, nexo de unión entre Asia, Europa y Oceanía, centro económico y financiero de primer orden y gran parque de atracciones repleto de grandes casinos, formula 1, montañas rusas y millones de tiendas, restaurantes y cafeterías para entretener a los casi 5 millones que habitan la ciudad. Ante nosotros se despierta una ciudad que sorprende por la tranquilad y la pulcredad hasta la obsesión de sus calles, algo impensable en miles de kilómetros a la redonda, y asombra por su orden, con cientos de indicaciones que te guían por una sucesión de calles, pasajes, lobbies, metros y centros comerciales que te invitan a entrar en una ciudad subterránea. Una ciudad que es en realidad dos urbes complementarias, una bajo tierra, ajetreada, dinámica y climatizada, con infinidad de tiendas, donde se mezclan artículos de lujo con supermercados y paquetes vacacionales para visitar exóticos lugares en la superficie. Y otra exterior, que cobra vida en el mismo momento que el sol abrasador del ecuador comienza a esconderse dejando paso a hordas de personas que salen de los subterráneos y bajan de los rascacielos para hacer footing por sus calles como contrapunto a la vida sedentaria de la oficina. Aún medio dormidos saboreando nuestro desayuno de precio no negociable en el interior de pequeña cafetería a 22,3 grados tenemos la extraña sensación de haber entrado en un pequeño oasis donde lo que le rodea no son inertes desiertos, sino por el contrario impresionantes paraísos. Un pequeño trozo de Occidente rodeado de la Asia más autentica donde en un abrir y cerrar de ojos es posible pasar de frenéticas y caóticas poblaciones rodeadas de impenetrables paisajes a una impoluta metrópoli engalanada con cuidados jardines, del todo vale a una plaga obsesiva de carteles de todo prohibido y cientos de vigilantes cámaras y de una comunicación física y cercana a la “incomunicación” virtual de los móviles y tabletas. Un perfecto negativo de su entorno donde, después de meses de viaje por Asia, no podemos evitar sentirnos ofendidos por la sobreabundancia y sobreprotección presente hasta en el más mínimo detalle, a la vez que tampoco podemos evitar sentirnos extrañamente cómodos de vuelta por un momento a nuestro entorno cuadriculado, material y eficaz en este oasis de modernidad y hormigón en mitad de la exuberante selva a pocos kilómetros del ecuador.

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