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David Galvez
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Santa Cruz de La palma es un paraíso para quienes se dejan seducir por las estrellas. Es una tierra que alberga algunos de los más poderosos telescopios del mundo.
El viento me golpea como si tuviera algo contra mí y su estruendo puede llegar a ser enloquecedor. A 2.500 metros de altura sobre el nivel del mar hace frío, a pesar del sol radiante. Aun así, prefiero remontar a pie la pendiente para llegar a los observatorios astronómicos donde se abren ventanas al cosmos.
S hay suerte, veré el mar de nubes que llena la vista hasta el horizonte. Hacia donde voltee, de día o de noche, el espectáculo confirma lo que pienso de una buena lectura y de la investigación científica: solo lo difícil es bello.
Para empezar, hay que saber que en la Tierra existen cuatro sitios privilegiados si se desea realizar observación estelar: el monte de Mauna Kea, en Hawai; el desierto chileno de Atacama; la sierra mexicana de San Pedro Mártir, en Baja California Sur; y dos de las islas del archipiélago canario que se localiza frente a la costa noroccidental de África.
Ahí, sobre las cumbres escarpadas de
Tenerife y Santa Cruz de la Palma, agrupados bajo el nombre de
Observatorio del norte de Europa, están algunos de los telescopios más complejos y poderosos que han diseñado y construído astrofísicos e ingenieros, agencias públicas y empresas privadas, cuyos directivos aceptaron el desafío de desarrollar tecnología para profundizar en el cielo.
No es poca cosa. La atmósfera suele ofrecer malos ratos, pues distorsiona y transforma tanto la luz emitida por estrellas distantes como las partículas provenientes del
Universo temprano. Si bien es cierto que, com dijo
Isaac Newton, cuanto más alto te encuentres más nítido verás, no podrían instalarse telescopios en el
Monte Blanco o en el
Everest, por ejemplo. Se requiere de una particular estabilidad atmosférica local para tener muchos días propicios y poder recoger luz, sin mencionar el aparato logístico necesario: desde instalaciones para escudriñar el contorno galactico y más allá, hasta albergues de montaña donde la gente pueda reposar, tener acceso a
internet y a buen café, pues la exigencia física no es despreciable.
Vale recordar que la
astrofísica comtemporánea ha desechado la antigua idea de que un telescopio es un instrumento óptico para acercar la imagen de objetos que se encuentran a gran distancia mediante la alineación de varias lentes. Los gigantescos aparatos de hoy conservan su capacidad óptica, pero ya no corresponden a la
vieja definición del telescopio patentado en 1608 por Hans Lippershey, en La Haya. Ahora el obetivo es que colecten el mayor número de fotones en determinada estrella, como si se tratara de gigantescas redes de luz. Intentar verlos es, en cierta forma, una cosa vana. Ahora se quiere "palparlos".
Estos fotones son verdaderos mensajeros estelares, pues traen consigo información que permite deducir su origen y naturaleza. La capacidad de los telescopios en los últimos 500 años adquirió una sinergía particular, considerando el enorme lapso que transcurrió con la humanidad mirando el firmamento a simple vista. Los descubrimientos se pisan los talones y
los secretos del cosmos, como la
composición de las estrellas y el
tamaño de la Vía Láctea, han dejado de serlo.
Publicado por
David Galvez
en
16:52
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Etiquetas:
Astronomía