Director: Philippe Labro
1976
Francia
110 min.
Fotografía: Jean Penzer
Música: Michel Colombier
Guión: Philippe Labro, Jacques Lanzmann
Reparto: Jean Paul Belmondo, Bruno Cremer, Patrick Fierry, Jean Négroni, Victor Garrivier, Jean-Pierre Jorris, Claude Brosset,
Philippe Labro es uno de esos directores tan interesantes como olvidados que trabajaron sobre las texturas del polar durante la que se podría llamar “la segunda edad” del género. Renovadores del mismo contaminados por otros múltiples referentes que partían de la constitución que en los 50 y 60 habían redactado Jean-Pierre Melville, Jacques Becker o Claude Sautet y que había sido continuada/ampliada por la generación intermedia, que atraviesa y prolonga el policiaco francés enlazando décadas hasta el principio de los 80. Artesanos de mayor o menor talento, contundentes todos, profesionales impecables como los Georges Lautner, Jean Becker (hijo de Jacques), Henri Vernuil o Jacques Deray. Por encima de todos y engarzando generaciones, la figura de José Giovanni en su triple condición de inspirador, escr
Apoyados en ellos, un star-system propio al que estos directores se plegaban para firmar productos que se adaptasen fielmente a sus respectivas imágenes: Jean Gabin, Lino Ventura, Alain Delon y Jean-Paul Belmondo.
Este último impulsó desde principios de los 70 un patrón para si mismo como imparable hombre de acción, como carismáticoexhibicionista, ya en thrillers, ya en comedias o en mixturas de ambos. Sería muy largo recontar más de veinte años de carrera sin despegarse de este molde (como curiosidad apuntar que casi todas se titulan “El algo”) así que apuntar que fue con la muy mediocre El furor de la codicia de Heri Verneuil en 1971 con la que inauguró el nuevo mito Bebel, apuntado en la un año anterior Borsalino, reunión en la cumbre con Alain Delon orquestada por Jacques Deray comoo instutionalización de sus respectivas imágenes cinematográficas.
Labro ya se había lanzado al mestizaje en su segunda y muy estimulante realización, Sin movil aparente de 1971 (y con música de Morricone, por cierto), una intriga protagonizada por Jean Louis Trintignant que mecía las miserias pequeñoburguesas cercanas a Claude Chabrol con un tratamiento propio del giallo. Una operación similar a la que realiza en esta L’Alpagueur con respecto a las coordenadas que el poliziesco había impuesto sobre el thriller, acercando entonces esta obra al eurocrimen sin dejar de rendir cuentas con su propia tradición francesa. Desgraciadamente conozco poco más de la carrera, corta, de Labro, quien dejó el cine a mediados de los 80 para dedicarse a la televisión como directivo. No he visto, ni siquiera, sus otros dos trabajos más
Así que mejor no tirarme a la piscina y centrarme en el terreno conocido, en este caso la contundencia expositiva de El cazador de hombres, un film principalmente de acción con incrustaciones en el polar clásico del que toma elementos recurrentes como la amistad masculina –sobre ella, en una relación maestro alumno se levanta el bloque central de la película, aquel que cuenta la colaboración entre El cazador y el joven Costa (Patrick Fierry, único hombre capaz de reconocer a El gavilán- o la fidelidad a la palabra dada (la virilidad del film llega al extremo de carecer de cualquier personaje femenino) o su extremo laconismo (personajes, puesta en escena y narración misma), los diálogos no deben ni abarcar un treinta por ciento del guión y sin duda Belmondo nunca ha hablado tan poco en ninguna de sus películas (lo que ayuda a que resulte mucho menos cargante que de costumbre), tanto que, por momento, su personaje parece más
El rasgo principal de hibridación, de ese beneficioso mestizaje que fue clave en cine europeo de la edad de oro del género es su transposición a un marco geográfico y genérico contemporáneo del “cazador de recompensas” que el spaghetti-western había popularizado hasta el extremo (en contadas ocasiones tubo presencia como protagonismo en el western norteamericano), convirtiendo al pistolero hierático, irónico e infalible, amoral e interesado, un anti-héroe nuevo que se erigió en motor de cientos (sin exagerar) de películas que giraban s
Siempre va dos pasos por delante (de hay lo distanciado e irónico de la interpretación también) y cuando, por circunstancias ajenas a él, se encuentra rezagado tiene la suficiente capacidad para ponerse a la altura y supera a cualquier enemigo, el más rápido, el más listo y el que mejor pelea con puños, pistola o artefactos múltiples. De aquí se desprende que, la caza del antagonista solo resulta ser aplazada, nunca existe la posibilidad del fracaso, el cumplimiento de la misión es solo cuestión de tiempo (algo que también participa de ciertas características del polar, como ese peso de la palabra dada que comentaba antes). Así tenemos la mixtura de dos arquetipos: por un lado el bounty
Pero si existe un elemento que coloque el esforzado trabajo de Labro por encima de sus posibilidades, que destaque verdaderamente el film por encima de sus coetáneos y que lo personalice positivamente incluso por encima de todas las características mencionadas antes, estriba en la presencia de un villano de antología que hace buena aquella frase de
El gavilán es la contrafigura exacta de Belmondo, frío, despiadado e igualmente autosuficiente. Brillante ya sobre el papel de puro estilizado se beneficia del concurso de un actor soberbio, Bruno Cremer, que redondea una interpretación inolvidable, logrando impregnar todo el film de su presencia, de su manera de decir (escalofriante ese viscoso “coco”) pese a salir menos de lo que parece. Perfectamente dosificadas, su secuencias son lo mejor de toda la cinta, filmadas con un precisión remarcable, perfectas en cuanto a elección de la escenografía, al montaje y a la pura narración visual -su primera aparición en
Para dilatar el encuentro entre protagonista y antagonista hasta el último minuto de la trama, Labro se sirve de una estructura casi episódica que le sirve para presentar diferentes casos en los que interviene El cazador, alejándolo y acercándolo progresivamente a su presa definitiva. En una nueva influencia/confluencia, esta estructura de mini-relatos con su propia presentación/nudo/desenlace y la historia principal de fondo, la comparte el film con los poliziotteschi que triunfaban en Italia -principalmente los títulos alrededor de la figura del comisario di ferro que incorporaba sistemáticamente el estólido Maurizio Merli en realizaciones como , Roma violenta (Marino Girolami 1975), Napoli
Tras unas peripecias que no voy a revelar para quien quiera verla (esta vez si está editada en DVD dentro de una colección dedicada a Belmondo que sacó no hace tanto Universal y que encima puede encontrase fácilmente en la distribución paralela) el film regresa, de manera más obvia que antes, sobre el spaghetti-western, planteando un duelo en toda regla (aunque no con pistola, sino brutalmente físico. Empleando en su resolución formal dos recursos caídos en desgracia: la ausencia de música y el plano largo. Una combinación que multiplica la sensación de violencia y la percepción de la duración), precedido por un tanteo tenso, rematado con el
Así se remata un notable film de acción, que simultanea el carácter propio y el valor como representación de un modo de hacer, el intento de un director por aportar una mirada personal sobre el género y el vehiculo estelar para el divo de turno. Ejemplo de que de la hibridación, de la promiscuidad de elementos nació un cine europeo genuino e inimitable.