La calle Augusto Figueroa se convirtió ayer el escenario de un macro botellón sin vida y sin la gracia de las estrellas del LL y de los artistas que, año tras año, se daban cita en uno de los escenarios más desternillantes del Orgullo. La decisión de eliminar de un plumazo las actuaciones y sustituirlas por los conciertos silenciososha sido una estocada en el corazón de las fiestas.
Quienes este año acudan al barrio de Chueca se encontrarán con unas fiestas que distan mucho de las que disfrutábamos hasta el año pasado. Unas fiestas a las que, desde ayer, le falta la salsa que aderezaba un Orgullo que, en los dos últimos años, ha sido galardonado como el mejor del mundo. Y todo por la torpeza y la miopía de un Ayuntamiento que se ha empecinado, alentado por una asociación de vecinos, en matar la fiesta más popular de Madrid.