Se quedaron con gobiernos municipales e insulares que debieron compartir con sus socios de pacto y, aunque se comprometieron de puertas afuera a revertir esas deslealtades, de puertas adentro nada ha cambiado. Las rabietas en el PSOE se aparcaban hasta el siguiente incumplimiento y así sucesivamente. Cuando a los socialistas se les ocurrió birlarle a sus socios alguna alcaldía de tercer orden como la herreña de La Frontera, los nacionalistas hicieron del hecho casus belli y les amenazaron con las siete plagas de Egipto si no reconducían la situación, cosa que hicieron de forma obediente y sin tardanza. En paralelo han aguantado hasta la fecha con un estoicismo digno de mejor causa las frecuentes críticas del propio presidente a la gestión de los consejeros socialistas del Gobierno, empezando por los públicos tirones de oreja que se ha llevado la mismísima vicepresidenta y de ahí para abajo la práctica totalidad de los miembros del PSOE en el Ejecutivo.
Mientras, los afortunados consejeros de CC son los únicos que no han merecido hasta el momento ningún reproche del presidente a su gestión, al menos en público. En muchas ocasiones, el presidente parece el crítico más mordaz y duro de una parte de sus propios consejeros a los que uno no entiende por qué no les envía el motorista si son tan zotes o porque estos siguen en el puesto como si las críticas fueran con otros. Por añadidura, cuando no es el propio presidente el que le afea la gestión a alguno de los miembros del PSOE en el Gobierno - véase el muy reciente caso sanitario - es otro presidente, el del Cabildo de Tenerife, el que toma el relevo en la estopa al socialista a ver cuánta es capaz de aguantar.
Sobre las razones que explican estas desequilibradas relaciones políticas no hay mucho misterio: en estos momentos no hay en el PSOE canario liderazgo digno de ese nombre y con capacidad para hacerse respetar frente a las humillaciones políticas de las que es objeto. Puede ser porque en la oposición hace mucho frío o por no darle a su socio la satisfacción de que pueda abrirle la puerta a un señor palmero con barba y gafas que espera con impaciencia que llegue su oportunidad; lo cierto es que es casi un abuso del lenguaje decir que en el PSOE canario hay en estos momentos línea política definida y a lo que está ocurriendo con la futura ley del Suelo me remito.
Ahora y para seguir acumulando incumplimientos, a la bronca por el gasto sanitario de los últimos días se acaba de sumar una moción de censura contra el PSOE en Granadilla (Tenerife) suscrita una vez más por CC. Los nacionalistas juran no estar detrás de la operación pero los socialistas quieren cabezas y amenazan con romper el pacto si no se las entregan en bandeja. Escuchando algunas declaraciones de hoy mismo pareciera como si por fin se hubieran cansado de ser el saco de boxeo en el que se entrenan los nacionalistas a diario, aunque de momento sólo lo parece.
Lo que no es una apariencia sino una realidad contrastada es que el cascado pacto en cascada ha fracasado; entre otros motivos, porque en la política local importa más el nombre que las siglas y porque, a la postre, el acuerdo se ha convertido en una coartada para exigir a la otra parte que lo cumpla mientras tu lo incumples siempre que te conviene.
En un campo tan pantanoso y volátil como el de la política no es posible prever con precisión cuál puede ser la evolución de los acontecimientos. Sin embargo, en este caso, uno se atrevería a pronosticar que podríamos estar asistiendo a una deliberada voladura a plazos de un acuerdo ya muy deteriorado e inestable. Sospecho que todo dependerá en buena medida de cuántos desplantes más sea capaz aún de aguantar la segunda parte contratante y del grado de impaciencia de la primera parte para cambiar de pareja de baile.