No ha aparecido todavía el cuerpo de un banquero español colgado de un puente por un jubilado estafado por las preferentes, ni el ex tesorero de un partido ni algún concejal de urbanismo ha sido atropellado cuando cruzaba con un maletín la frontera suiza, ni ha sido arrojado al Sena el presidente de una Cámara de Comercio que endosaba a la entidad la cuenta de una cena millonaria en un catamarán.
No, esa mezcla de señores que leen un banal periódico deportivo, se arrastran en la cola de una oficina de empleo o rebuscan plátanos en la basura, se lo ha tomado con calma. Y eso que nos han provocado. El responsable de la mayor estafa del universo le dijo hace unos días a un juez que “el hecho de ser jubilado o pensionista no hace a nadie analfabeto financiero”. Y se fue corriendo a su safari de osos en el Cáucaso.
Aquí la vida pública apesta, pero este país no ha producido aún grandes cadáveres, sino alguna estancia, casi vacacional, de dos semanas en la cárcel, de donde lo han sacado “las grandes influencias”, nada que no se pueda arreglar descolgando un teléfono.
La verdadera función no ha comenzado, en otros lugares sociológicamente más evolucionados hacia la justicia inmediata se empala por el culo a un presidente caído, se les corta la mano a los ladrones en un mercado o se ponen boca abajo a media docena de banqueros corruptos.
La indignación popular es oscilatoria. En estos momentos no pasa casi nada. Le zarandean el coche a un banquero, amigo de un ex presidente, estafador de cien mil pensionistas, pero la policía vigila para que al responsable de una quiebra de 22.000 millones no le pase nada. Otra cosa era en Chicago en los años veinte, donde a un pez gordo de la mafia le cosían a balazos con la cara enjabonada en una barbería.
Aquí tienen una trama mediática que les protege. Auténticos especialistas en mentir, desviar, ocultar o tapar la verdad. Hay hasta unas cadenas televisivas, financiadas por obispos (lo que quiere decir, financiadas por el dinero público) que son un jolgorio para la reacción y el fascismo más rancio y depurado.
En el fondo están contentos. Han hecho lo que han hecho: robar, saquear, expoliar, recortar o liquidar derechos, garantías y estados de bienestar y no ha pasado nada, más allá de una centena de manifestaciones o mareas y dos huelgas de chichinabo.
Y ya, además, hablan de leyes mordaza y de “regulaciones” varias. Hasta que no aparezca en escena el fiambre de un prócer balanceándose por el cuello en una viga o flotando boca abajo en el mar junto a su yate fantasma no les va a entrar el miedo.
A lo mejor, casi sin darnos cuenta, un día nos aprieta tanto el hambre, el paro o los millones de niños depauperados o ancianos estafados que se presentan en sociedad los primeros fiambres exquisitos, políticos suicidados, financieros ahorcados, ex presidentes empalados, plumillas corridos a gorrazos y cardenales al vino tinto.
Casi no les dará tiempo a quejarse de la violencia.