Ahora que lo pienso, el título de este artículo vendría muy bien para la campaña electoral que acaba de arrancar. Porque en vez de invadirnos e intoxicarnos con sus promesas, proclamas y demás verborrea, como gran paso previo deberían escucharnos, muy despacio, mirándonos a los ojos. Ese es el mejor ejercicio que podrían hacer quienes esperan que les cedamos nuestra confianza y, sobre todo, nuestro poder. Sí, nuestro poder, no lo olvide, eso es lo que hacemos cuando dejamos caer la papeleta dentro de la urna, ni más ni menos. Pero decía que podría venir bien, sí, pero hoy el asunto de este artículo es otro y se corresponde con la literalidad del título. Un país para escucharlo ha sido una de las mejores noticias que nos ha ofrecido la televisión en los últimos tiempos. Y nuevamente, un espacio musical. Y nuevamente, en la televisión pública, sí, esa que pagamos todos y que debe ser, como el caso que hoy nos ocupa, un espacio para la expresión de la cultura, en todas sus manifestaciones, la pedagogía y la calidad, además de una barricada –o trinchera- contra la infamia en la que han transformado sus parrillas televisivas buena parte de las cadenas. Para quien no lo haya disfrutado, Un país para escucharloha sido un recorrido musical por nuestra geografía, de la mano del siempre joven Ariel Rot. Un espacio eminentemente musical, es cierto, pero que también nos ha ofrecido, a través de una espléndida fotografía, una radiografía social y patrimonial de las ciudades por las que ha transitado, como si se hubieran fusionado en un mismo programa A vista de pájaroy Un país en la mochila, del siempre recordado Labordeta.
Ahora que lo pienso, el título de este artículo vendría muy bien para la campaña electoral que acaba de arrancar. Porque en vez de invadirnos e intoxicarnos con sus promesas, proclamas y demás verborrea, como gran paso previo deberían escucharnos, muy despacio, mirándonos a los ojos. Ese es el mejor ejercicio que podrían hacer quienes esperan que les cedamos nuestra confianza y, sobre todo, nuestro poder. Sí, nuestro poder, no lo olvide, eso es lo que hacemos cuando dejamos caer la papeleta dentro de la urna, ni más ni menos. Pero decía que podría venir bien, sí, pero hoy el asunto de este artículo es otro y se corresponde con la literalidad del título. Un país para escucharlo ha sido una de las mejores noticias que nos ha ofrecido la televisión en los últimos tiempos. Y nuevamente, un espacio musical. Y nuevamente, en la televisión pública, sí, esa que pagamos todos y que debe ser, como el caso que hoy nos ocupa, un espacio para la expresión de la cultura, en todas sus manifestaciones, la pedagogía y la calidad, además de una barricada –o trinchera- contra la infamia en la que han transformado sus parrillas televisivas buena parte de las cadenas. Para quien no lo haya disfrutado, Un país para escucharloha sido un recorrido musical por nuestra geografía, de la mano del siempre joven Ariel Rot. Un espacio eminentemente musical, es cierto, pero que también nos ha ofrecido, a través de una espléndida fotografía, una radiografía social y patrimonial de las ciudades por las que ha transitado, como si se hubieran fusionado en un mismo programa A vista de pájaroy Un país en la mochila, del siempre recordado Labordeta.