Los centros históricos de las ciudades suelen estar muy controlados a través de diferentes normativas que restringen las actuaciones. Carlos Arroyo se ha enfrentado a esas limitaciones y dice que "han llegado a resultar hasta divertidas". "Porque debíamos, y queríamos, respetar la manera de componer una fachada en el centro histórico de Madrid, realizada a partir de un despiece que imita sillares de piedra", comenta. "Esto es obligatorio, incluso tratándose de una ampliación, como es el caso de las dos últimas plantas. Así que cogimos el despiece que había en la planta baja, un local que sí se conservaba, y lo repetimos. Es lo que en normativa designan como respeto ambiental. Intervenimos también en el alero, que no estaba protegido y con el tiempo había llegado a deteriorarse mucho. Se nos ocurrió rematar el edificio con un metal troquelado a partir de una revisión hecha con un patrón de encaje de bolillos cortado con láser".
Para la fachada, Arroyo ha recuperado un azul típico del barroco y habitual en esta zona durante siglos. "El revoco de cal a la madrileña es de origen barroco y es un intento de hacer más noble un edificio", dice. "Forma una ilusión, una gran escenografía. El color es original y típico de Madrid. Hicimos una investigación y descubrimos colores maravillosos".
Las sillas del balcón son otro elemento llamativo. El arquitecto las llama "baransillas" y explica que ha intentado una recuperación de ese espacio entre lo público y lo privado, entre el hogar y la calle, que es el balcón, tan habitual en Madrid. A Isabel de Farnesio, cuando llegó en el siglo XVIII, le impresionaron mucho los balcones. "A Alejandro Dumas esos lugares exteriores a los que solo se accede desde la casa también le interesaron", dice. "Quisimos radicalizar esa posición a través de las sillas. Como son muebles, no suponen un problema con la normativa, se pueden quitar y poner. Y sentarte ahí y ver pasar a la gente es una experiencia alucinante".(Iván López Munuera. elpais.com)