Revista Cultura y Ocio

Un paseo por Cracovia: la Ruta Real

Publicado el 26 agosto 2014 por Aranmb

Durante más de cuatrocientos años y con una periodicidad más que respetable, por mor de la escasa esperanza de vida de los reyes y reinas del convulso reino polaco, el pueblo se agolpó en más de veinte ocasiones a lo largo de la hoy denominada la Ruta Real (Droga Królewska, en polaco) para ver pasar a sus nuevos monarcas y, en tantas otras, para despedirse de sus cadáveres. Tan augusta tradición fue iniciada, en el año 1320, por un rey enano. Literalmente. Władysław Kujawski acometió la no poco difícil tarea de reunificar una fragmentadísima Polonia en base a escaramuzas, pactos y batallas -y fue por ello que decidió establecerse en Cracovia, dando origen a la Ruta Real-, pero el pueblo lo recordó como Łokietek,  que viene a significar, así en general, que el monarca no medía más de un codo (łokieć) de alto. El apodo respondía más a la malicia del pueblo que a la realidad, dado que un codo no son más de cincuenta centímetros, pero quede ahí la cosa antes de iniciar nuestra ruta.

La iglesia de San Florián (un tanto achatada por la perspectiva), ya con su aspecto actual, en 1910.

La iglesia de San Florián en 1910.

Nos ponemos en marcha a la altura de la iglesia de San Florián (Kościół św. Floriana), sobre la que cuenta la leyenda que fue construida en el siglo XII (aunque el edificio barroco que vemos hoy en día es unos quinientos años más joven y aún más lo es la fachada renacentista de principios del siglo XX) cuando los bueyes que transportaban los restos de San Florián, patrón de Polonia, decidieron detenerse en el punto exacto que ahora nos ocupa y no volver a caminar hasta que la iglesia fuera construido. Lo cierto, sin embargo, es que los restos de San Florián fueron enviados de Roma a Cracovia por orden del papa Lucio, el tercero, por motivos políticos: el santo, sin relación alguna con Polonia, sirvió para dar crédito a la nueva capital. A pesar de toda esta labor de maquillaje tanto arquitectónica como legendaria de San Florián, introducirnos en ella también puede acercarnos a la historia polaca: aquí, bajo los barrocos dorados originarios del siglo XVII, era donde los futuros monarcas eran saludados por el deán. También aquí, de 1949 a 1951, Karol Wojtyła, quien con el paso del tiempo y los vaivenes políticos se convertiría en el primer papa polaco de la historia, sirvió como vicario.

El grandioso monumento a la batalla de Grünwald

La batalla de Grünwald.

Continuamos al frente hasta llegar a la plaza de Jan Matecky, en la que se encuentra el imponente monumento a la batalla de Grünwald. Sobre su caballo, heroico, Władysław II Jagiełło; el gran duque lituano que se convirtió al cristianismo y se casó con Jadwiga, una cría de diez años que era, a la sazón, heredera de todos los territorios polacos con los que Lituania había pactado. A la orden teutónica, que combatía el hasta entonces paganismo de los lituanos por orden vaticana, no le gustó demasiado el asunto y acabó por declararle la guerra a Polonia en 1409. En 1410 tuvo lugar la batalla definitiva, resultando victoriosas las tropas lituano-polacas, y éste es el hecho que se conmemora en este monumento, originario de 1910 (con ocasión del 500 aniversario de la victoria).

Orgullosos de su obra: nazis posando con las ruinas del monumento, 1939

Nazis con las ruinas. 1939.

Frente al caballo de Władysław, la estatua representa a Witold Kiejstutowicz (Vytautas), el dirigente lituano bajo el cual yace el cadáver de Urlich von Jungingen, granmaestre de la Orden que resultó muerto en la batalla; el resto de figuras son soldados anónimos. El monumento, que mide más de veinte metros de alto, fue destruido por los nazis durante la II Guerra Mundial; lo que hoy vemos es una fiel reconstrucción hecha en 1976 por Marian Konieczny, autor de otros monumentos como el de la Niké varsoviana o el desaparecido Lenin de Nowa Huta. El museo de la fábrica de Oskar Schindler, también en Cracovia, alberga, como parte de su colección, algunos fragmentos de la estatua original.

Pero volvamos a nuestra ruta. Cruzaremos la calle para plantarnos frente a la Barbacana, una potente construcción defensiva -la de Cracovia es la mejor conservada de su clase del mundo- que data de 1499, con foso, muros de tres metros de ancho y 24,4 metros de diámetro. Hoy en día, la Barbacana alberga espectáculos de teatro, exposiciones y conciertos; acceder a ella, con una entrada normal, cuesta 8 złoty (algo menos de 2€), un precio algo exagerado para lo que hay que ver en su interior. Antes de continuar avanzando, podemos ver justo al lado de la Barbacana la original estatua a Jan Matejko, el pintor romántico que, en el siglo XIX, alentó las ansias nacionalistas de su Polonia natal. Nos encontramos en el parque Planty, creado en el siglo XIX tras la demolición de las fortificaciones medievales de la ciudad de las cuales sólo sobrevive la Barbacana.

Calle Floriańska.

Calle Floriańska.

Frente a ella, la puerta de San Florián (Brama Floriańska) vuelve a hacer referencia, como la calle que la sigue, al santo no polaco de Polonia. Fue construida en la segunda mitad del siglo XIII y, de las ocho entradas diferentes que tenía la Cracovia medieval, se acabó por convertir en la principal, el inicio oficial de nuestra ruta. La calle Floriańska (Ulica Floriańska), probablemente la más conocida de la ciudad, se despliega ahora majestuosa ante nuestra mirada, derramando todo el esplendor de la Ciudad Vieja y… plagada de restaurantes de comida rápida, de camareros disfrazados intentando captar nuestra atención y de repartidores de flyers de las decenas de compañías privadas de excursiones que operan en la ciudad.  Los tiempos, qué se le va a hacer, cambian; y hoy en día esta calle se encuentra entre las más caras para vivir de todo el país -sólo adelantada, por muy poco, por la varsoviana Nowy Świat-. A destacar: el Hotel Pod Różą, en el número 14, el más antiguo de Polonia (1800), el Museo de la Farmacia, visitable previo pago de 9 złoty, la casa natal de Jan Matejko, en el 41, que hoy alberga un museo que se puede visitar también por 9 złoty y, por último, el café Jama Michalika (1895), en el número 45 y con una espectacular decoración en base a cristaleras art-decó en su interior.

Interior del Sukiennice

Interior del Sukiennice

Al finalizar el paseo por Floriańska habremos de estar preparados para la que, en mi opinión, es una de las fotografías más bellas de Polonia: la Plaza del Mercado (Rynek Główny). Fue, en tiempos, la plaza del mercado más grande en toda Europa Central, con sus cuarenta mil metros cuadrados de dimensión que hoy están plagados de turistas, mercadillos, calesas turísticas y puestos de obwarzanki, rosquillas saladas cubiertas de sésamo o semillas de amapola que se venden al precio unificado de 1,50 złoty la unidad (menos de 50 céntimos de euro). Los domingos por la mañana se celebra en ella un mercadillo de antigüedades que, a buen seguro, hará las delicias de los amantes -o nostálgicos- de la historia; todos los días los puestos de artesanía, quesos típicos, pan con manteca y souvenirs se colocan al otro lado del Mercado del Paño (Sukiennice) al que, construido en el siglo XIV, podríamos catalogar sin temor a equivocarnos como el primer centro comercial de la historia… o uno de los primeros. Esta maravilla arquitectónica -el edificio que hoy vemos es original del siglo XVI, aunque restaurado en el XIX- alberga en su interior, en la planta a ras de suelo, gran número de puestos de souvenirs; un museo sobre la plaza en la planta baja y, en la planta superior, una pinacoteca dedicada a la pintura polaca del siglo XIX (14 złoty, 3,5€). También se puede visitar la terraza, a un precio de 2 złoty (0,5€).

Monumento a Mickiewicz

Monumento a Mickiewicz.

Frente al Sukiennice se alza la estatua a Adam Mickiewicz, activista por la independencia polaca y poeta romántico al que consideran propio no sólo en Polonia, sino también en Lituania y Bielorrusia. A los pies del poeta vemos a cuatro alegorías representando la ciencia, la patria, el valor y la poesía; el monumento fue inaugurado a finales del siglo XIX y, cómo no, destruido por los bombardeos nazis cuarenta años después. La actual es una reconstrucción que data de 1955.

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Destrucción del monumento a Mickiewicz por los nazis, 1940.

A un extremo de la plaza se alza la Basílica de Santa María (Kościoł Mariacki), que reemplazó en el siglo XIV a una iglesia anterior que se habría venido abajo durante la invasión tártara. La historia de la basílica, así, ha estado siempre sujeta a los vaivenes bélicos; en la II Guerra Mundial el Sonderkommando Paulsen desmanteló su altar (que data de finales del siglo XV) y se lo llevaron, pieza a pieza, a Alemania. Allí, en los sótanos del castillo de Nüremberg, fue recuperado en el 46. Hoy, entrar a la iglesia para poder contemplarlo cuesta 6 złoty (1,4€) y se puede hacer a todas las horas salvo durante el culto.

Pierogi

Un buen alto en el camino: degustar unos pierogi.

Llegados a este punto es bueno que nos desviemos un poco, momentáneamente, de nuestra Ruta Real para callejear un poco por los alrededores de la basílica, poco transitados por los turistas. Sólo así descubriremos, justo detrás de la basílica, la Plaza Pequeña (Mały Rynek). Hermana pequeña de la plaza principal, fue testigo de cómo los pobres de la ciudad se agolpaban, cuchara y cuenco de madera en mano, para recibir las escasas raciones de la cocina económica que compartía sitio aquí con puestos de menor postín y, sobre todo, peor olor que los de la Plaza del Mercado: carnes y retales de cuero eran vendidos aquí, a las puertas del que fuera camposanto de Santa María: se cree que la pequeña iglesia situada entre la basílica y la plaza, la de Santa Bárbara (Kościół św. Barbory) fue, originalmente, la destinada a los cultos de enterramiento de este cementerio hoy desaparecido bajo el asfalto y que también llegó a desarrollar funciones como prisión y escenario de torturas de los raterillos, blasfemos y criminales cracovianos. De cualquier manera, ya no queda nada de ese triste pasado en Mały Rynek, hoy escenario de mercadillos en los que el turista puede degustar deliciosos pierogi regados con cerveza Żywiec, cuyo precio no suele acompañar a una calidad que les parecerá más bien escasa a los cerveceros.

¿Una siestina?

¿Una siestina? Servidora, bien acompañada.

Retomando la ruta, nos despedimos ya de la Ruta del Mercado ante la torre del Ayuntamiento, uno de los pocos restos en pie de la Cracovia del siglo XIV. Se sube a la torre -que suele albergar también exposiciones históricas-, atravesando unas escaleras flanqueadas por sendos leones durmientes, tras pagar 7 złoty. 

Va siendo hora de retomar el camino. Entramos ahora a la calle Grodzka, la que tomaban los mercaderes al dirigirse a la Plaza del Mercado, y la recorremos por toda su extensión; merece la pena: la calle Grodzka mantiene, con muy escasas modificaciones, el trazado que ya tenía en tiempos medievales. Desde ella podremos apreciar la Iglesia de San Francisco de Asís (Kościół św. Franciszka z Asyżu), del siglo XIII, con espectaculares cristaleras art nouveau y vigilada, desde uno de sus extremos, por el severo gesto de Józef Dietl, rector de la Universidad Jagellona y alcalde de Cracovia en la segunda mitad del siglo XIX.

Calle Grodzka.

Calle Grodzka.

Más allá, y si las hordas de turistas, muy habituales en esta ciudad y, sobremanera, en los meses de verano, no nos lo impiden, nos encontraremos con la Iglesia de los Santos Pedro y Pablo (Kościół ŚŚ Piotra i Pawła), ya a la altura del número 54 de Grodzka y que alberga, desde 1949, el mayor péndulo de Foucault del país; empero, lo que de ella más suelen recordar los turistas es su impresionante entrada, flanqueada por estatuas de los doce apóstoles. Las que vemos hoy son copias modernas de las originales de 1755, ya muy deterioradas. Llegados a este punto, podremos continuar por Grodzka en línea recta o bien desviarnos -recomendado- por Kanonicza, su pequeña calle paralela, llena de encanto. En tan sólo unos metros habremos llegado a los pies del castillo de Wawel.

Antes de decidirnos a subir al último tramo de nuestro ruta, detengámonos un momento en la iglesia de San Gil (Kościół św. Idziego). Frente a ella, y desde 1990, se levanta una cruz en recuerdo a las víctimas de la masacre de Katyń, en la cual la policía secreta soviética acabó con la vida de más de veinte mil polacos. Los crímenes nunca fueron reconocidos por el gobierno soviético, y tras la caída del telón de acero fueron reivindicados por el sindicato que lideró la transición, Solidarność. En 2010, cuando el presidente Lech Kaczyński se dirigía a un acto en homenaje de las víctimas de Katyń, su avión se estrelló, resultando muertos todos los ocupantes del vehículo. Desde entonces, la cruz de Katyń frente a la que ahora nos encontramos se ha convertido, también, en un lugar de recuerdo y reivindicación de Kaczyński (perteneciente al partido derechista Prawo i Sprawiedliwość – Ley y Justicia, en español).

Exposición temporal sobre la Legión Polaca, en su centenario, a los pies de Wawel

Exposición temporal sobre la Legión Polaca, en su centenario, a los pies de Wawel

El castillo Wawel

Lo intentó infinidad de veces, pero Casimiro III, el alma máter del castillo Wawel, no consiguió dar al mundo herederos que, llevando su sangre, pudieran tomar el trono polaco a su muerte. Al monarca, que fue coronado en 1333, le gustaban las mujeres apasionadamente. Se casó, primero, con una princesa lituana, Aldona, que parió dos niñas antes de morir prematura e inesperadamente. A la segunda, Adelaida, no la soportaba: el matrimonio duró quince años de los que apenas si durmieron juntos la noche de bodas y poco más. El rey pronto encontraría consuelo en los brazos de una plebeya, Christina, viuda de un mercader tan hermosa como fría -o gélida, más bien- con la que Casimiro tampoco tuvo hijos. Con Hedwig, la cuarta, tuvo tres hijas que no pudieron heredarle por razón de género; irónicamente, con quien sí tendría hijos varones sería con la amante que mantuvo durante toda su vida, Cudka, casada con un sirviente del monarca que crió como propios a los hijos del rey. Entre amante y esposas, a Casimiro le dio tiempo para levantar y renovar, en gloria de sus antepasados, el viejo castillo de Wawel, que su padre -el de la corta estatura- había establecido como nuevo centro del reinado.

Catedral de Wawel.

Catedral de Wawel.

Los orígenes de Wawel se remontan al siglo X, fecha en la cual se sabe que ya hubo un castillo sobre la colina que ahora estamos subiendo; la catedral de Wawel (Królewska bazylika archikatedralna śś. Stanisława i Wacława na Wawelu) fue construida poco después, pero su vida fue tan corta como los vaivenes políticos lo exigieron: antes de que Władysław ordenase su reconstrucción, a principios del siglo XIV, dando lugar a esta Ruta Real, fue incendiada dos veces. Hoy en día, la catedral que podemos observar es una amalgama de estilos históricos originada por los diferentes gustos de cada rey que gobernó sobre ella, habiéndose convertido en el edificio de mayor relevancia arquitectónica e histórica de Polonia. El altar es del siglo XVII, la cripta real se remonta al XIV y alberga los cuerpos no sólo de monarcas, sino también de héroes nacionales -Mickiewicz, el poeta cuyo monumento vimos en la Plaza del Mercado, está enterrado aquí a pesar de no haber puesto un pie en su vida en Cracovia-; incluso llegó a proponerse, a la muerte del Papa Juan Pablo II, que su corazón fuera llevado a reposar a Wawel. No se llegó a conseguir.

Además de la Catedral, el resto de edificios del castillo dan como para toda una tarde de visita, si se consigue sobrevivir a las enormes colas que se forman en las épocas más turísticas. No hay un billete único para todo el conjunto, teniendo que comprarse las entradas a cada edificio por separado. Es recomendable elegir bien lo que se quiere ver y lo que no, porque el precio puede dispararse; también hay que tener en cuenta que el castillo cierra sus puertas a las visitas a las 17 horas. Además de la Catedral, son visitables:

  • Cuartos de estado. 18 złoty (4,3€). Las estancias y el mobiliario más antiguas del castillo datan del siglo XVI y las más recientes modificaciones de los años 20 del siglo XX, con todo lo que eso implica: una bella mezcla de estilos que nos aproximan al modo de vida y de gobernanza de los reyes que mandaron sobre Polonia desde estos cuartos hasta el siglo XVIII, cuando la capital fue desplazada a Varsovia.
  • Apartamentos privados. 25 złoty (6€). Sólo se admiten visitas en grupo, con guía en polaco o en inglés.
  • Tesoro de la corona y armería. 18 złoty (4,3€). Básicamente, la colección de armas del castillo, expuesta en los sótanos del mismo.
El cielo sobre Wawel... espectacular.

El cielo sobre Wawel… espectacular.

  • Museo de arte oriental.  8 złoty (2€). La exhibición de los objetos de arte oriental incautados en las campañas militares lideradas por los reyes polacos desde Wawel o fruto de la colaboración mercantil entre los países. Incluye objetos chinos, turcos, persas…
  • El Wawel perdido. 10 złoty (2,4€). Visita obligada para los amantes de la arqueología, este museo nos muestra los descubrimientos arqueológicos en torno a la colina de Wawel en el último siglo y nos hace adentrarnos en la historia del castillo antes de serlo.
  • La Cueva del Dragón. 3 złoty (0,7€). Es el lugar donde, según la leyenda, residía un dragón que se cobraba, semanalmente, un enorme número de cabezas de ganado so pena de alimentarse de los propios cracovianos que, hundidos en la miseria, aceptaban con resignación la obligación de dar todos sus animales a la insaciable garganta del dragón… hasta que un pobre e insurrecto zapatero tuvo la idea de darle a comer una oveja falsa: dentro del cuero del animal, no había sino una piedra de sulfuro que acabó por envenenar al monstruo. Es visitable desde 1918.
  • Torre Sandomierska. 4 złoty (1€). Un paseo de 137 escalones a lo alto de esta torre defensiva y habilitada a su vez para servir como cárcel “de lujo” para los prisioneros nobles.

Nuestra ruta real acabará a la salida del castillo, donde podremos retirarnos a descansar -algo más que merecido, si hemos visitado todas las exposiciones propuestas, para el pie… ¡y para el bolsillo!- o bien conectar con una segunda ruta, esta vez a través del barrio judío, Kazimierz. Ésa, que en Cracovia es una historia triste, será la siguiente en la que nos adentraremos en esta guía de Polonia. Muy pronto.


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