Si a esta convicción visceral le sumamos que él tiene la testosterona en modo Oktoberfest el drama está servido.
Rebobinemos por ejemplo al Miércoles por la noche. La madre tigre consigue acostar a las cuatro fieras ilesas después de muchos días lidiando con ellas sin la inestimable colaboración del señor en cuestión que viaja más que el baúl de la Piquer. A nadie se le escapa que los viajes de trabajo son unas vacaciones pagadas amén de la técnica más rastrera de escaqueo parental.
Mientras la madre tigre intenta acomodar el bombo para desplomarse sobre el sofá, el padre tigre anuncia su llegada sin escatimar en timbrazos. Recién sentada tarda unos minutos en conseguir despinzar la ciática que le impide mover la pierna izquierda, rueda sofá abajo y se arrastra a duras penas hasta la puerta para recibir al padre de las criaturas.
Tras el casto beso de rigor procede a pasar revista: ¿Has llamado al de la lavadora? ¿Has recogido mis trajes del tinte?¿Qué pasa con mi ungüento capilar? A riesgo de decapitarlo allí mismo me declaro en huelga indefinida, le recuerdo que no respondo al título de secretaria de su señoría y se la devuelvo a golpe de ¿has hecho lo del seguro?¿has llamado al banco? ¿cuándo vas a tirar las cajas del trastero?
Roto ya cualquier amago de sintonía marital pasamos a sincronizar las agendas. El culmen del conflicto de intereses lo alcanzamos con su agenda erótico festiva cuando intenta colarme una escapada a la Oktoberfest a dos días de salir de cuentas.
A falta de entendimiento nos vamos a la cama. Vuelvo a rodar del sillón, al pinzamiento de la ciática se le suma un calambre en la pantorrilla que en el mar me hubiera costado la vida. Después de una lucha cuerpo a cuerpo contra los veintinueve escalones que separan la planta baja de nuestros aposentos, consigo llegar al baño con la vejiga muy necesitada de una sesión de bolas chinas, el pulso a ciento noventa y menos aliento que un besugo fuera del agua. Me lo encuentro plantando un pino mirando un libro plácidamente. Porque leer no lee. A mí no me engaña.
Entre tanto compruebo con horror que el dolor de muelas que me asola desde hace unos días se ha convertido en un amago de muela del juicio atrapada debajo del hueso de la mandíbula. La mitad está fuera empujando todos los dientes que tanto me costó colocar y la otra mitad está estancada debajo de un hueso enviando corrientes de dolor por todo el lado izquierdo de mi cara. Tras una sesión de gárgaras con agua caliente y sal, y un precario intento de aseo personal llego a la cama más muerta que viva donde él sigue enfrascado en hacer que lee posando cual maja desnuda .
Según me tumbo del lado izquierdo me sube un dolor infernal por la pierna derecha. La levanto a duras penas intentando que vuelva a fluir la sangre con un ligero masaje. No hay forma, se me han congelado los pies. Los acerco al padre tigre que huye en dirección opuesta. Descubro además que si duermo del lado izquierdo me duele la muela horrores, tengo que darme la vuelta sin vararme en el intento. Esto puede llevarme entre cinco y diez minutos dependiendo de lo obcecado que esté el nervio ciático por mantener el control sobre mis extremidades. En pleno proceso penoso se me engancha el gemelo y lanzo un alarido de dolor al que me responde con un “¡Shhhh! ¡qué vas a despertar a las niñas!”.
Como levantarme a por la recortada sería un esfuerzo ímprobo opto por intentar ahogarlo con lágrimas silenciosas mientras me siento la persona más desgraciada del planeta.
De pronto noto un acercamiento a mis espaldas, un aliento cálido en la nuca y una pregunta ¿Business time?
Acabáramos.