Esta experiencia ocurrió en el año 2011 mientras era misionero mormón en una pequeña ciudad llamada Moroleón. Recuerdo que era una tarde soleada, mientras caminando por las angostas calles de esta ciudad, mi compañero (quién era de Torreón)y yo buscábamos personas para enseñar sobre nuestra religión.Después de hablar con varias personas en la calle sin éxito; vimos a una señora , que llevando bolsas de frutas en ambas manos, caminaba con la mirada perdida. Nos acercamos con la excusa de ayudarle con las bolsas, y al mismo tiempo presentándonos como misioneros. Se mostró interesada en escuchar más de nosotros y agendamos una cita para el día siguiente.
Conforme a lo acordado, pasamos por el hogar de la señora (quien se llamaba Guadalupe); al llegar, notamos desde el primer momento algo extraño con su casa, ya que había varias tablas cubriendo la ventana del cuarto que daba hacia la calle del segundo piso. Se me hizo algo extraño que aquella ventana estuviera tapizada de madera, como no queriendo que alguien se asomara por ahí.
En fin, entramos a la casa y nos recibieron la señora Guadalupe y dos de sus hijas. Explicamos cual era el propósito de nuestras visitas y compartimos con la familia unos pasajes de la Biblia y del otro libro que utilizamos en nuestra religión llamado el Libro de Mormón .
Al terminar nuestra visita, y estando a punto de irnos, Guadalupe nos dijo que “había alguien más que vivía con ellos y que quería que la conociéramos”. Mi compañero preguntó “¿Es otra de sus hijas”. Guadalupe nos dijo con voz temblorosa “Desde hace 25 años está allá arriba; no tiene contacto con otras personas que no sean de la familia. Con otras personas es muy violenta, pero quiero saber si ustedes pueden ayudarla”
Le dijimos que sí podíamos pero que queríamos saber más de esa persona.
Guadalupe nos dijo que la razón que había aceptado nuestra visita era para ver si podíamos ayudar a quien estaba encerrada en la parte superior de la casa desde hace ya más de dos décadas. Nos comentó que era su hija;quien de repente empezó a actuar muy extraño, la encontraba afuera en la madrugada en posiciones fetales viendo hacia la oscuridad; a las personas que iban de visita las atacaba como “un animal salvaje” y que incluso ,actuaba como si fuera uno yendo y viniendo dentro de la casa “en cuatro patas”. Nos dijo que una vez había empujado a otra de sus hijas con una fuerza sobrehumana. Habían decidido entonces encerrarla en un cuarto en obra negra , abriéndolo sólo para darle de comer e intentar limpiarla de vez en cuando. Ahora tenía sentido por qué habían puesto madera en la ventana de aquel cuarto que habíamos visto antes de entrar.
Le dijimos que nos llevara al cuarto de ella para darle algo que en nuestra religión se conoce como “bendición” , que se hace al ponerle las manos sobre la cabeza de la persona y decirle algunas palabras para la recuperación del mal del que se adolezca.
Guadalupe nos guió a través de unas escaleras de piedra a la entrada del cuarto. Enseguida, sin haber entrado, un escalofrío recorrió mi espalda y algo me decía que eso no había sido una buena idea. La puerta del cuarto era de madera desvencijada con unas enormes cadenas y un candado antiguo . Guadalupe con dificultad abrió la puerta y la escena que vimos fue algo que hasta la fecha me causa escalofríos.
El piso estaba en obra negra, todo salpicado de algo que presumía ser sangre; y nuestras pisadas al entrar sonaban realmente asquerosas ya que había vómito también. Había una televisión en la habitación únicamente reproduciendo estática, así como cruces por todos los lados de la pared. Las paredes, al igual que el suelo, estaban salpicadas de sangre y había una cama de metal oxidado en cuyo colchón, estaba de cuclillas mirando la tv ,con los ojos perdidos, la hija de Guadalupe. Parecía que no se había inmutado de nuestra presencia porque no decía nada; estaba tan abstraída por la televisión que reproducía estática que nos acercamos al pie de su cama sin que siquiera volteara a mirarnos. De pronto, con la posición en cuclillas aún, empezó a balancearse hacia adelante y hacia atrás, y el ambiente parecía insoportable. Sentía innumerables miradas clavadas en nosotros de todas direcciones así como un sopor infernal. Tomando valor , mi compañero Elder Melendez le dijo a la hija de Guadalupe “Le vamos a dar una bendición, va a ser rápido”. No se movió. Fue entonces que íbamos a proceder a poner nuestras manos sobre su cabeza cuando, de un movimiento brusco , viró su cabeza hacia nosotros, con unos ojos sin vida y negros como aceitunas. “No quiero, no quiero , no quiero no quiero, no quiero, no quiero, no quiero, no quiero” empezó a gritar. Mi compañero y yo nos miramos e intentamos poner nuevamente nuestras manos a pesar de los múltiples “no quiero” que nos lanzaba. Mientras estábamos haciendo la bendición, sentí una presión increible sobre mi cuerpo, como si estuviera tumbado en el suelo y todos mis amigos estuvieran haciéndome la clásica “bolita”. La presión aumentaba y los oídos ardían, el calor se hacía más intenso y me sentía extremedamente cansado. Fue entonces cuando la hija de Guadalupe empezó a retorcerse casi como una contorsionista y con una voz penetrante rugió “YA LES DIJE QUE NO QUIERO”. La mirada que desprendía era de un odio terrible. Yo por dentro, ya no podía más con la terrible sensación que nos agobiaba y me quedé helado.Ella se acercaba cada vez a nuestro rostro, con esa mirada diabólica y vociferando otro “NO QUIERO” con una voz gravísima. Mi compañero tomó mis manos y ayudó a que las volviéramos a poner en su cabeza. Yo veía todo pasar demasiado lento; la sangre en la pared y suelo, la televisión emitiendo estática y Guadalupe rezando por otro lado eran un escenario del que quería escapar ya. Logramos terminar las palabras finales de la bendición a pesar del ambiente infernal que se sentía en ese momento. Las miradas que provenían de no sé dónde, junto con la de la hija de Guadalupe eran como cuchillos contra la piel, la presión que sentía parecía que estaba a punto de hacerme colapsar cuando de repente…la hija de Guadalupe cayó en el colchón sin decir nada más. Guadalupe se acercó a ella y entre lágrimas le preguntó “Hija… ¿eres tú?”. La presión había dejado de sentirse gradualmente y nosotros nos sentíamos increíblemente cansados. Salimos inmediatamente del lugar, mirando como última escena a Guadalupe abrazando a su hija. Al otro día, a mi compañero y a mí nos dolía de forma extrema el brazo derecho. Sólo el brazo derecho. Lo tuvimos así alrededor de 4 días , y a ambos nos dejó de doler al mismo tiempo. El dolor de ese brazo en esos 4 días era insoportable. No supimos a que se debía pero supusimos que tuvo que ver con lo vivido en aquella casa con la ventana cubierta de tablas. Pasamos unos días después a visitar a Guadalupe, pero no abrieron más la puerta. No supimos que pasó después. Queremos pensar que recuperó a su hija pero juzgando por las visitas posteriores, y que no nos hayan abierto más, tememos que sigue encerrada en aquel cuarto cubierto de sangre viendo la televisión con estática.