Un pequeño trozo de papel

Publicado el 01 octubre 2012 por Hogaradas @hogaradas

Por Hogaradas
Mi tía Fina mantuvo el secreto durante todos esos ańos, desde aquel día en el que abandoné su casa para comenzar mi camino en solitario.
Recuerdo perfectamente cómo fue aquella mańana, un martes de septiembre en el que a mi alegría por independizarme y cumplir el sueńo de toda mi vida, se unía la tristeza de quienes habiendo compartido tantos ańos de convivencia, veían como se quedaban un poco más solos. Siempre es mucho más fácil para el que se va, aunque también le acompańe la pena, que para quienes se quedan, con toda la carga que suponen los recuerdos y la rutina de un día a día que ya nunca volverá a ser como antes.
Poco podía suponer yo que aquel día mi tía Fina guardara, además del montón de recuerdos de unos ańos de vida compartidos, el más pequeńo e insignificante de todos, que sin embargo se ha convertido para mí en una de las grandes pruebas del amor que me profesaba, un pequeńo trozo de papel en el que hizo constar la fecha de aquel día, el motivo de su recordatorio y en su interior, envuelta en un papel de aluminio una pequeńa moneda que se encontró en mi habitación.
Desconozco donde guardaría lo que ella misma de su puńo y letra calificó como “recuerdo”, pero estoy segura de que lo más cerca posible, de manera que pudiera tenerlo a mano cada vez que sintiera nostalgia de mí.
Nadie, ni siquiera su propio hijo supo nunca de la existencia de ese pequeńo retazo de vida que supuso entonces un pequeńo trozo de papel con una moneda dentro, porque fue la forma que ella encontró de conseguir que aun yéndome, no lo hiciera del todo, a pesar de que la casa seguía conservando cosas mías, pero esa era la suya, la que ella había elegido para recordar sin lugar a dudas un día de sentimientos contradictorios, por un lado el dolor de quien se queda y por otro, la alegría por quien se va.
Ańos más tarde, tras su muerte, mi primo me entregó el “recuerdo” que había encontrado revisando y recogiendo sus cosas. Es cierto que el amor no hace falta decirlo, ni gritarlo a los cuatro vientos, lo único necesario es sentirlo, y si nos lo dicen, pues mejor, pero no es imprescindible.
Ahora que recuerdo, jamás escuché de boca de mi tía decirme que me quería, como me imagino que a muchos os ha sucedido y os sucede con personas muy cercanas; tampoco yo recuerdo habérselo dicho nunca, y sin embargo, las pruebas de amor entre ambas han sido siempre suficientes para saber lo que significábamos la una para la otra, lo que aun significa para mí, a pesar de su ausencia.
A veces es difícil leer entre líneas, pero en este caso no ha sido así, porque entre las tres de este trozo de papel he podido ver con absoluta claridad las palabras “te quiero”, quizás porque, como mi tía Fina, hay muchas personas a las que les cuesta decirlo, pero sin embargo se niegan a irse sin que nos quede constancia para siempre,  de ello.
El amor al igual que el aroma, que se guarda en frascos pequeńos, se demuestra, como veis en muchas pequeńas cosas; éste desde entonces está a buen recaudo en una pequeńa cajita en mi mesilla de noche, lo más cerca que he podido guardarlo de mi corazón.