Leer: 2 Co. 2:14–3:3 | Cada vez que paso junto a un rosal o a un ramo de flores, no puedo resistir la tentación de acercar una flor a mi nariz para sentir el perfume. El aroma agradable me incentiva y despierta en mi interior sensaciones agradables.
Hace siglos, cuando el apóstol Pablo les escribió a los cristianos de Corinto, afirmó que, como pertenecemos a Cristo, Dios «por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento» (2 Corintios 2:14). El poder del Señor nos capacita para tener una vida victoriosa, al sustituir nuestro egoísmo por su amor y bondad, y proclamar la benignidad de su salvación. Cuando lo hacemos, somos indudablemente un aroma fragante para Dios.
Luego, Pablo pasa a una segunda imagen, en la cual describe a los creyentes como una «carta de Cristo» (3:3). Nuestra vida es una carta que no se ha escrito con tinta común, sino con el Espíritu de Dios. El Señor nos cambia al escribir su Palabra en nuestro corazón, para que otros lean.
Ambas ilustraciones nos incentivan a permitir que la belleza de Cristo se vea en nosotros, para que podamos guiar a las personas a Él. Jesucristo es quien, como escribió Pablo en Efesios 5:2, «nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante».
Señor, que tu esplendor perfume mi vida.
Nuestras acciones hablan más fuerte que nuestras palabras.
NUESTRO PAN DIARIO