Ignoro qué cosa pueda ser la poesía. Ignoro también si alguien lo sabe. Quizá no sea más (ni menos) que un efluvio tenue, inaprehensible que, cuando quiere, se manifiesta a través de las palabras de alguien. Por eso, de vez en cuando, acudo a libros de versos para intentar descubrir ese hálito en las páginas de personas distintas. Hoy he querido acercarme a José Corredor-Matheos. En concreto, a su delicado volumen Un pez que va por el jardín, lleno de poemas breves, alígeros, impregnados de un silencio oriental (si se me permite la fórmula). Allí, perros, gaviotas, pájaros, copos de nieve, cuadros de Miró o de Hopper o incluso calcetines que yacen en medio de la calle, son convocados para incorporarse a las líneas del poeta castellano y que dibujen figuras de aire y música.
“Escribes porque sí. / El ruido de la pluma / en el papel, / el rumor que va entrando / por la abierta ventana / y el silencio, / sobre todo el silencio, / te dictan lo que escribes”, anota, justo unas páginas antes de susurrarnos que solamente habría que escribir en otoño. Continuamente, sin que pueda explicar la razón de un modo objetivo, he experimentado la sensación de seguir al poeta por unos senderos estrechos, silentes, sabios, cubiertos de hojas secas. Y que los giros de su cabeza, las señales de sus manos y el ruido tenue de sus pisadas me iban enseñando cosas, revelando emociones, despertando asombros.
Ha sido muy especial.