Por azares del destino que no viene a cuento relatar ahora, este niño, que deseaba más que nada ser jugador de fútbol, fue fichado para el infantil de su equipo favorito. Y para colmo de los colmos, el primer día que fue a entrenar vio paseando por la ciudad deportiva a su gran ídolo. Se acercó a él con timidez y el jugador le cogió por los hombros mientras el padre del crío hacía la foto. ¿Cabía mayor gozo?
Cada fin de semana el niño madrugaba para ir a entrenar y dejarse la piel en el campo. Se cambiaba en aquel vestuario presidido por el enorme escudo del equipo, venciendo la vergüenza que le daba hacerlo delante de los otros chavales. Sufría las críticas y hasta los insultos de los ambiciosos padres de sus mismos compañeros de equipo ( esos que ansiaban ver a su hijo convertido en estrella). Nada importaba. Cada fin de semana salía al campo dispuesto a todo, resplandeciente y orgulloso dentro de su equipación.
Un domingo por la tarde veía con su padre un programa de televisión que comentaba los últimos partidos, cuando el presentador lo interrumpió para referirse a una noticia que le acababan de pasar. Un coche destrozado, lleno de manchas de sangre ocupó la pantalla. El presentador se recreó en las descripciones detalladas, hasta que las imágenes del coche dieron paso a un primer plano del accidentado, y muerto al instante, como dejó claro el periodista. Era "él", el más alto, el más fuerte, el más guapo, el perfecto, el mejor. El superhombre.
Esa noche el niño de ocho años que soñaba con ser futbolista, ya en la cama, estrujó con fuerza aquella foto y, cuando el sofocón y las lágrimas se lo permitieron, preguntó a su madre:
- Mamá, ¿cómo puede morir "él"?